jueves, 28 de diciembre de 2017

Aleluya

Foto: Pixabay
“Primero nos enteramos de la enfermedad mortal de nuestro ser querido, luego aceptamos la idea, nos resignamos a ella y dejamos a la persona en manos de los expertos. En cierto sentido nos convertimos en asesinos…” (Imre Kertész, Yo, otro).

Por J. Teresa Padilla

Advierto que no sé si es un texto este que os presento hoy muy adecuado al periodo festivo en el que nos encontramos. En realidad, sí lo sé: no lo es, pero todavía menos lo era el que tenía previsto, el cual, para colmo, necesitaba, y así me lo ha hecho ver mi despiadado y, sin embargo, querido equipo corrector, alguna que otra vuelta más (y a ser posible un buen corte de tijera).

Lo inicio con la cita en la que Kertész recuerda la culpabilidad que sintió al dejar en una habitación de hospital a su madre fatalmente enferma. La relación del escritor con ella nunca fue muy estrecha. Con el humor que le caracterizaba, Kertész la describía como una mujer hermosa, algo frívola y egoísta, que en su infancia se desentendió un tanto de él y, cuando alcanzó la madurez, no aprobaba en absoluto casi nada de lo que hacía, aunque tampoco esperara demasiado, de manera que sólo se lo recordaba muy de pasada. Así, aunque no pudiera calificarse de enriquecedora o estimulante, su relación terminó siendo bastante civilizada y poco opresiva.

Pero da igual. En el fondo da lo mismo. Puede que tu madre o tu padre hayan sido tu refugio de amor y tu modelo de vida. Puede que no lo fueran, pero hayas conseguido con el tiempo, la buena educación y cierto sentido irónico de la vida, quererles y aceptar su manera de amarte sin pagar el precio de tener que cargar sobre tus hombros el peso de sus desdichas, de tener que hacer propias sus preocupaciones, angustias o sufrimientos. Es posible, por último, que te haya faltado la fortaleza para evitar esto último y la valentía de huir cuando aún estabas a tiempo. Entonces terminas prisionera en una cárcel de afectos que no comprendes por alguien que sospechas no te ha conocido ni entendido nunca en el fondo. Alguien que algunas veces parece tener asuntos pendientes contigo, a la que te da la sensación de que no terminas de caer bien, mientras que en otras ocasiones se aferra a ti como su tabla de salvación, su única interlocutora posible.

No se puede negar nunca el amor de una madre por su hijos, aunque ese amor te haya hecho más mal que bien y haya habido momentos en que, con esa crueldad analítica de la que eres muy capaz, hayas visto en él una especie de mero imperativo biológico o social. Y, por eso, siempre eres culpable ante ella. Siempre, pero especialmente cuando la abandonas, le das la espalda; cuando delegas en otros sus cuidados. Sabes que si pudiera todavía pensarlo o decirlo, preferiría que lo hicieras tú, aunque tantas veces te haya repetido a lo largo de tu vida la lista interminable de nimiedades que haces mal. Sabes, también, que no podrías soportarlo si lo hicieras.

Desde el día en que la vi entrar en aquel comedor lleno de ancianos de aquella primera residencia mastodóntica hasta cada sábado a las 20 horas que la dejo en la más pequeña y casera que ahora ocupa, me siento como ese asesino cobarde que prefiere no ver el dolor que su abandono provoca y dejarlo en manos de los profesionales de la enfermedad y la muerte.

Mi madre tiene Alzheimer. No entiende nada de lo que le dices (apenas puede prestar la mínima atención que requiere escuchar) y no puede expresarte ya lo que tanto la angustia. No para quieta y la única manera que he encontrado de poder estar las dos un rato sentadas tranquilas es ir con ella a misa en la capilla de su residencia. Así lo hice en Nochebuena, en su peculiar misa del gallo a las seis de la tarde. Entonces me deja que la coja de la mano e impida así que se levante y se vaya a no sabe ni ella dónde. Mi mano aliada con la rutina del musical murmullo litúrgico logra el pequeño milagro de la paz. Y entonces te llega una frase que te acaricia y consuela, a ti, la asesina siempre arrepentida, siempre reincidente. Era un canto del Aleluya: “Mañana quedará borrada la maldad de la tierra”.

No se sabe el mañana de qué día será, pero será un día, no en el final de los tiempos, ni en un futuro siempre diferido hasta el fin de la historia. No, será un día que vendrá tras otro y al que seguirán más, pero ese día no simplemente triunfará la bondad, dejando la injusticia, el dolor y la muerte en el pasado. La maldad quedará borrada, toda, la pasada, presente y futura. Una esperanza absurda, una fe (credo quia absurdum) que se articula luego en diferentes cuerpos de creencias, algo que, como deseo, podría ser universalizable. Y de esa escéptica que soy, salió esa tarde un frío, roto y solitario Aleluya.



Well I’ve heard there was a secret chord / Escuché que había un acorde secreto
That David played and it pleased the Lord /que David tocaba y agradó al Señor.
But you don’t really care for music, do you? / Pero a ti la música no te interesa, ¿verdad?
Well it goes like this: / Bueno, es algo así:
The fourth, the fifth, the minor fall and the major lift / la cuarta, la quinta, el menor cae y el mayor sube.
The baffled king composing Hallelujah / El desconcertado rey componiendo un Aleluya

Hallelujah, Hallelujah /Aleluya, Aleluya.
Hallelujah , Hallelujah /Aleluya, Aleluya.

Well your faith was strong but you needed proof /Sí, tu fe era fuerte, pero necesitabas probarla.
You saw her bathing on the roof /La viste bañarse en el techo.
Her beauty and the moonlight overthrew you /Su belleza y la luz de la luna te derribaron.
She tied you to her kitchen chair /Ella te ató a su silla de la cocina,
And she broke your throne and she cut your hair / rompió tu trono y cortó tu pelo;
And from your lips she drew the Hallelujah / y de tus labios extrajo el Aleluya.

Hallelujah, Hallelujah /Aleluya, Aleluya.
Hallelujah , Hallelujah /Aleluya, Aleluya

Now, maybe there's a God above / Ya, tal vez haya un Dios arriba.
As for me, all I have ever learned from love / Por mi parte, todo lo que he aprendido del amor
Is how to shoot someone /ha sido cómo disparar a alguien
Who outdrew you / que desenfunda antes.
But it's not a cry that you hear tonight / Pero no es un llanto lo que escuchas esta noche.
It's not some pilgrim who claims to have seen the light /No es un peregrino que dice haber visto la luz.
No, it's a cold and a very broken Hallelujah / No, es un frío y muy roto Aleluya.

Hallelujah, Hallelujah /Aleluya, Aleluya
Hallelujah, Hallelujah /Aleluya, Aleluya

Hallelujah, Hallelujah /Aleluya, Aleluya
Hallelujah, Hallelujah /Aleluya, Aleluya

Oh, people, I've been here before / ¡Oh, pueblo!, yo he estado aquí antes.
I've seen this room and I've walked this floor / He visto esta habitación y caminado por este suelo.
You see, I used to live alone before I knew you /Solía vivir solo antes de conocerte, ¿sabes?
And I've seen your flag on the marble arch / Y he visto tu bandera en el arco de mármol.
But listen love /Pero escucha, amor:
Love is not some kind of a victory march / el amor no es una especie de marcha victoriosa.
It's a cold and it's a very lonely Hallelujah / Es un frío y muy solitario Aleluya.

Hallelujah, Hallelujah /Aleluya, Aleluya
Hallelujah, Hallelujah /Aleluya, Aleluya

There was a time you'd let me know / Hubo un tiempo en que me dejabas saber
What's really going on below / lo que pasaba de verdad abajo.
But now, now you don't even show it to me, do you? / Pero ahora, ahora ni siquiera me lo muestras, ¿verdad?
I remember when I moved in you / Recuerdo cuando me instalé dentro de ti.
And the Holy Dove, she was moving too / Y la Paloma Sagrada, ella también se movía
And every single breath that we drew was Hallelujah / y cada aliento que exhalamos era un Aleluya.

Hallelujah, Hallelujah /Aleluya, Aleluya
Hallelujah, Hallelujah /Aleluya, Aleluya

I've done my best, I know it wasn't much /Hice lo mejor que pude, sé que no fue mucho.
I couldn't feel, so I learned to touch / No podía sentir, así que aprendí a tocar.
I've told the truth / He dicho la verdad.
I didn't come here to London just to fool you / No vine aquí, a Londres, sólo a engañarte.
And even though it all went wrong / Y aunque todo salió mal,
I'll stand right here before the Lord of Song / me presentaré aquí, ante el Señor del Canto,
With nothing, nothing on my tongue but Hallelujah / con nada, nada en mi lengua salvo un Aleluya.

Hallelujah, Hallelujah /Aleluya, Aleluya
Hallelujah, Hallelujah /Aleluya, Aleluya

Hallelujah, Hallelujah /Aleluya, Aleluya
Hallelujah, Hallelujah /Aleluya, Aleluya.
 Feliz año a todos, y que podamos seguir concibiendo y esperando lo imposible, como, por ejemplo, la redención.

miércoles, 20 de diciembre de 2017

"Diegotown"

Foto: Beglib (Morguefile)

Por Esperanza Goiri

El título es un “palabro” que me he sacado de la manga para describir el “territorio” en que vive mi adolescente favorito. “Diegotown” está ocupado en su totalidad por un fortín lleno de troneras y torres que se comunica con el resto del mundo por un pesado e imponente puente levadizo. Lo rodea, como a todo castillo que se precie, un foso que su propietario se ha asegurado de poblar con temibles especies acuáticas para disuadir a los visitantes no deseados. Una tarde se me ocurrió meter un dedo en sus aguas y algo con dientes por poco me lo arranca de cuajo.

Normalmente el puente se encuentra izado. Pero de vez en cuando, sólo de vez en cuando, desciende con un metálico sonido y su entrada queda accesible. En esas ocasiones, antes de que vuelva a subir, me apresuro a cruzarlo con alegre trotecillo y el ánimo expectante, preparada para cualquier eventualidad. Lo habitual es que me toque dar largos paseos alrededor de la alcazaba, como quien no quiere la cosa, mientras finjo ejecutar las más diversas tareas, atenta a cualquier señal que pueda vislumbrar. Pendiente, sin atosigar, de los seres numerosos y bulliciosos que frecuentan el castillo y absorben en progresión imparable más y más tiempo de su morador. No estoy segura, no me hagáis mucho caso, porque en la distancia los sonidos se confunden con facilidad, pero creo haber oído alguna que otra risa femenina.

He aprendido a manejarme con soltura en el dialecto que se habla en “Diegotown”. Sé interpretar, casi en traducción simultánea, toda una gama de sonidos guturales y gruñidos que manifiestan aprobación, disgusto, hartazgo, indiferencia… Mi oído se ha adaptado a la vertiginosa rapidez con que se emiten ciertos mensajes en momentos de “subidón” y efervescencia. También puedo completar, con un porcentaje bastante elevado de aciertos, las frases inconexas e imprecisas que glosan ese peculiar idioma.

Foto: Warren Wong (Morguefile)

Hay días que suenan clarines y trompetas y me invitan formalmente a visitar el recinto. Aprovecho para intentar enterarme de qué se cuece en sus cocinas, pero sin traspasar los límites; no vaya a ser que no me vuelvan a recibir. Es inevitable que nos toque, de tanto en tanto, batirnos en duelo en el patio de armas. Nunca a muerte, como mucho a primera sangre. Después cada uno se retira a lamerse las heridas. Una ofrenda de paz, en forma de pizza margherita o tarta de limón, suele reanudar las relaciones diplomáticas.

Me consta que el señor de este singular castillo, aunque se oculte tras las almenas o a la sombra de algún torreón, observa con atención el poblado adyacente y a sus habitantes. Es decir, a mi costilla y una servidora. Le tranquiliza constatar (eso sí, antes de reconocerlo se sometería a cualquier tipo de tortura) que ahí está su campamento base para lo que haga falta. Como también sabe, y si lo ignoraba le quedará claro al leer estas líneas, que existe un ariete macizo y potente, listo para ser utilizado y tumbar la puerta de su fortaleza, sin contemplaciones, al menor indicio de alarma.

Llegará un día que el alcázar será abandonado y su dueño partirá en busca de nuevos horizontes. Se procurará que vaya bien pertrechado y se le dejará marchar. Es de esperar que quiera seguir frecuentando el campamento base.

Probablemente, en una de esas futuras estadías contemplará con cierta nostalgia los restos de esa ciudadela que un día le sirvió de refugio. Ese refugio que, como él, todos hemos ocupado en esa turbulenta etapa de la vida que luego añoramos, conscientes de que nunca regresará. Woodsworth  lo supo expresar magistralmente: "Aunque ya nada pueda hacer volver la hora del esplendor en la hierba, de la gloria en las flores, no debemos afligirnos, porque la belleza subsiste en el recuerdo".






miércoles, 13 de diciembre de 2017

Necesito un héroe


Por Marisa Díez

Hace unos días fui consciente de la cantidad de mitos que se me han caído en los últimos tiempos. Hasta podría asegurar que ya no me queda ninguno en pie, excepción hecha de mi madre, claro está, que sigue imbatible en el primer puesto del pódium desde que asumí que soy absolutamente incapaz de parecerme siquiera un poquito a ella en lo que se refiere a valores tales como valentía, tesón e integridad.

Pero una madre es una madre y adorarla no tiene nada de insólito ni de particular. Más extraño es profesar una admiración sin límites por otras personas que, la mayoría de las veces, desconocen el entusiasmo que provocan en ti. Si le preguntaran a cualquiera de mi círculo familiar más cercano, probablemente contestarían que el primer ser que despertó en mí este sentimiento fue mi tío, uno de los hermanos de mi madre. Cada vez que se presentaba en casa, sin previo aviso, era una fiesta. Jugaba con nosotras, nos disfrazaba, nos llevaba de paseo en su inolvidable seiscientos o pasábamos tardes enteras en su casa, atiborrándonos de caramelos y correteando por ese apartamento que a mí siempre me pareció el hogar perfecto. Llegué a tener una foto enorme suya que coloqué al lado de mi cama, como si pretendiera de esta manera ahuyentar los fantasmas que cada noche me acechaban en forma de pesadillas. Sí, mi tío fue mi primer ídolo, sin duda, por el cariño sincero que nos profesaba y por su amor incondicional hacia los niños.

Después de él, y sin llegar a desterrarle del todo de mi personal escalafón, disfruté de algún otro héroe. Mi primera compañera de colegio, o quizá aquella profesora de infantil que se convirtió en objeto de adoración por sus muestras continuas de afecto hacia sus pequeños alumnos. Y mi amiga Elena, que aun siendo dos años mayor que yo, nunca dejó de jugar conmigo ni de prestarme sus muñecas.

Pero según va pasando el tiempo, me resulta cada vez más difícil encontrar algún personaje merecedor de integrar con dignidad mi particular limbo mitológico, por lo que, a menudo, lo descubro vacío de héroes. No sé bien si será mi culpa o que mi nivel de exigencia raya en lo inalcanzable; lo cierto es que, a día de hoy, no consigo añadir ningún elemento nuevo a mi grupo de escogidos. Menos mal que aún conservo un apartado dedicado íntegramente a mis ídolos profanos. A veces me agarro a ellos como una lapa y por eso sigo venerando, por ejemplo, a ese cantautor que todavía no ha conseguido defraudarme y ante el que continúo quitándome el sombrero cada vez que leo o escucho alguna de sus declaraciones. Y aunque él no pertenece a lo que llamaríamos, de manera estricta, mi esfera personal, es lo más parecido que encuentro a uno de esos ídolos que todavía no ha llegado a manchar sus pies de barro.

Y yo necesito alguien a quien admirar. Soy muy simple y me hace falta descubrir en los demás aquellos valores de los que carezco, para así intentar parecerme un poquito a ellos. Pero reitero mi incapacidad para encontrar nuevas deidades que integren mi particular universo fetiche. Y como ya os he informado de que en los últimos meses se me han caído alguna de mis estatuíllas favoritas, ahora no encuentro ningún campeón idóneo para cubrir los huecos que me han quedado vacantes. Asumo que el nivel materno es imposible de alcanzar, pero, yo qué sé, ¿tan difícil está la competición para que nadie se acerque, ni siquiera un poquito, a mi personal e intransferible Olimpo de los dioses? Al final, no me va a quedar otra que seguir en mi búsqueda para reponer las piezas perdidas de mi estantería. Si no tengo más remedio, rebajaré mi nivel de exigencia, porque yo, sin mis héroes, es que no soy nada.

Hay ídolos que, después de desplomarse, jamás vuelven a ocupar su primitivo lugar en el ranking. Otros, por el contrario, a fuerza de superar las pruebas a las que se les somete, consiguen situarse en un espacio más o menos cercano al que un día ocuparon. De ellos, y sobre todo, de mi capacidad para asumir la certeza de que cualquiera puede, en un momento de descuido, sumergirse en el lodo, dependerá que en mi altar vuelvan a reinar mis héroes caídos.