jueves, 5 de octubre de 2017

Fuera

Dulle Griet (La loca Meg). P. Brueghel el Viejo (1562)

Por J. Teresa Padilla

“Jamás me lo habría imaginado, cuando en 1966 apareció la primera edición de mi libro y sólo tenía como adversarios a aquellos que son mis enemigos naturales: los nazis viejos y nuevos, los irracionalistas y los fascistas, la ralea reaccionaria que en 1939 había conducido al mundo a la muerte. Que hoy [1976] tenga que enfrentarme a mis amigos naturales, a las muchachas y muchachos de izquierda, es un hecho que supera la ya gastada “dialéctica”. Es una de aquellas pésimas farsas de la historia universal que nos hacen dudar y en última instancia desesperar del sentido de los acontecimientos históricos. Las viejas bestias procedentes del cubil de la inextirpable reacción convierten a Speer en un autor de bestseller, los jóvenes exaltados hacen caso omiso del acervo que desde los enciclopedistas pasando por los economistas ingleses hasta los intelectuales de izquierda alemanes de la época de entreguerra han puesto a su disposición como herencia ilustrada.
Ilustración. He ahí nuestro santo y seña” (Jean Améry. Más allá de la culpa y la expiación. Pre-Textos, p. 45).

Desde el domingo no veo las noticias. Más concretamente desde que oí a mujeres aparentemente adultas y razonables describir la exaltación que sentían al hacer cola para meter un papel en un tupper por el gusto de meterlo, porque no había más que un resultado posible y ya había sido anunciado. Aguantándose las lágrimas referían que ése era “el momento más emocionante de sus vidas” (ni bodas, ni partos, ni polvos, ni nada). Luego, éste sin aguantarse las lágrimas, una figura de enorme ascendiente intelectual (un futbolista) habló confusamente (o eso me pareció a mí, nada dispuesta a atenderle) de las víctimas de la represión, que no eran los muertos de Las Vegas, ni los más cercanos de las Ramblas, sino los heridos en aquella jornada heroica por defender los tuppers y el derecho de la gente (de su gente más bien, porque los madrileños, por ejemplo, no estábamos invitados aunque alguno se colara con increíble éxito) a llenarlos de papeles (y tantas veces como quisieran). Héroes que se llevaban al niño en hombros y hasta al perro de paseo a una concentración no autorizada porque en qué cabeza cabe privar a niños (y perros) de presenciar semejante hito histórico y menos aún que la policía reparta porrazos en tales ocasiones. El llanto se desbordó cuando confesó su necesidad de sentirse querido para seguir amando, como ha amado siempre, a la selección del país que le roba y reprime tan salvajemente. No sé si Dios, pero está claro que la Razón nos ha abandonado. O eso o yo la he perdido, pero alguien ha enloquecido aquí.

No quiero pensar cómo acabará esto. Leo con pena a muchos que, a diferencia de mí, sufren directamente esta sinrazón día tras día y llevan años intentando argumentar frente a sentimientos tan exacerbados como contradictorios. Me entristece la evidencia de que no parece haber salida, como en tantas otras cosas de la vida, y que la barbarie del nacionalismo se impondrá sobre tantas razones que a nadie importan porque son incapaces de enardecer a las masas aparentemente hastiadas de la vida que llevan y necesitadas de “acontecimientos” que hagan latir sus enfermos corazones de emoción.

Casi escribo hoy una broma sobre mi oscuro pasado de víctima de la represión policial, para no parecer tan “facha” y, sobre todo, con el fin de que mi experiencia sirviera para que nunca más a esta u otra pobre gente le pillara desprevenida la porra de un antidisturbios mientras alcanzaba el éxtasis en una concentración de personas ilegal e incluso, llegados a un punto, hasta legal. Pero no tengo ganas de contar la absurda historia de cómo terminé con una brecha en la cabeza causada por una porra junto a un policía, a la espera, como yo, de sutura, en la sala de urgencias del Gregorio Marañón. Aunque quizá debería, porque nadie va a quedar indemne.

Ya lo contaré otro día. Cuando esto pase, que pasará, como todo. Si es que pasa sin llevarnos por delante, claro está. En prevención de esta posibilidad, haré una de las cosas que mejor se me dan: me esconderé en este rincón del mundo en que todavía me siento segura, rodeada de los libros que nunca alcanzaré a leer y de las personas que nunca me cansaré de mirar, porque no sé cómo enfrentarme a esta irracionalidad e injusticia sin convertirme en algo tan infame como lo que denuncio. Y eso, no.

Llevo tiempo pensando cada mañana qué pasaría si, como Juan Carlos Onetti, decidiera un día no levantarme más de la cama. Es la forma de rebelión que se me ocurre. A lo mejor deberíamos hacerlo todos, un solo día. Rebelarnos contra el mundo, contra las masas uniformes, las palabras vacías, las mentiras. Lo que nos callamos por educación, por comodidad, por miedo. Quedarnos a solas, medio desnudos, dormitando, mirando el techo, leyendo algo, levantándonos sólo para mear o picar algo. Y mientras, fuera, los necios seguirían gritando e insultando, ensuciando todo a su paso, ganando batallas. Pero fuera. La clave es que se queden fuera, hablando solos, como los orates que son.

"Aún queda espacio
para un poema.
Aún es el poema
espacio
donde una puede respirar".
("Raum II". Noch ist Raum (1976). Rose Ausländer).

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