viernes, 17 de marzo de 2017

W. H. Auden

Una tiene sus tácticas de supervivencia. La semana ha sido dura. Lo mejor es que ha pasado. Lo peor, que no todo lo que la ha complicado va a pasar con ella. El remedio: cada uno tendrá el suyo, el mío es éste. Que disfrutéis de ellos tanto como yo lo he hecho, y que la vida nos sea un poco más leve la semana que viene. A todos. Vamos, si puede ser...

Poemas de W. H. Auden



CANCIÓN DE CUNA (1937)

Posa la cabeza dormida, amor mío,
compasiva en mi brazo desleal;
el tiempo y las fiebres consumen
la belleza individual de
los niños considerados, y la tumba
demuestra al niño efímero:
pero en mis brazos hasta el amanecer
deja que descanse la criatura viva,
mortal, culpable, aunque para mí,
totalmente hermosa.

Alma y cuerpo no tienen límites:
los amantes cuando se recuestan sobre
su ladera tolerante y encantada
en su desmayo corriente,
grave la visión que envía Venus
de compasión sobrenatural,
amor y esperanza universales;
mientras una percepción abstracta despierta
entre los glaciares y las rocas
el éxtasis carnal del ermitaño.

Certidumbre, fidelidad
al dar la medianoche pasan
como las vibraciones de una campana
y los locos de moda alzan
su grito pedante y aburrido:
hasta el último penique del precio,
todo lo que predicen las temidas cartas,
será abonado, pero de esta noche
que ni un susurro, ni un pensamiento,
ni un beso o mirada se pierdan.

Belleza, medianoche, muere la visión:
que los vientos del amanecer que soplan
suavemente en torno a tu cabeza ensoñada
muestren tal día de bienvenida
que el ojo y el corazón latiente lo bendigan,
y tengan suficiente con nuestro mundo mortal;
que los mediodías de avidez te encuentren alimentado
por los poderes involuntarios,
las noches de injuria te franqueen el paso
observado por todos los amores humanos.


En Canción de cuna y otros poemas. W. H. Auden. Debolsillo, Barcelona, 2014 (Traducción: Eduardo Iriarte).



EL CIUDADANO DESCONOCIDO (1939)

(A JS/07/M/378, este monumento de mármol ha sido erigido por el Estado)



El Departamento de Estadística descubrió que era
alguien contra quien no existe queja oficial,
y todos los informes sobre su conducta coinciden
en que, en el sentido moderno de una palabra anticuada, era un santo,
pues en todo lo que hizo sirvió a la Gran Comunidad.
Salvo por la Guerra hasta el día de su jubilación
trabajó en una fábrica y nunca fue despedido,
sino que satisfizo a sus patronos, Motores Fudge, S.A.
Y sin embargo no era un esquirol ni tenía opiniones extrañas,
pues su Sindicato informa que cumplió con su deber
(nuestro informe sobre su Sindicato indica que era de fiar)
y nuestros trabajadores de Psicología Social descubrieron
que era estimado entre sus compañeros y le gustaba ir de copas.
La Prensa está convencida de que compraba el periódico todos los días
y sus reacciones a la publicidad eran normales en todos los sentidos.
Las Pólizas hechas a su nombre demuestran que estaba asegurado a todo riesgo,
y su cartilla de Atención Sanitaria indica que ingresó una vez en el hospital pero salió curado.
Tanto Sondeos de Producción como Alto Nivel de Vida declaran
que tenía una actitud sensata ante las ventajas del Pago a Plazos
y que poseía todo lo que necesita el Hombre Moderno,
fonógrafo, radio, coche y frigorífico.
Nuestros investigadores de Opinión Pública están convencidos
de que tenía las opiniones adecuadas según la época del año;
cuando había paz, estaba a favor de la paz; cuando hubo guerra, acudió.
Se casó y aportó a la población cinco hijos,
lo que era el número adecuado para un progenitor de su generación, según nuestro Eugenista,
y nuestros maestros atestiguan que nunca se entrometió en su educación.
¿Era libre? ¿Fue feliz? La pregunta es absurda:
si algo hubiera ido mal, con toda seguridad nos habríamos enterado.

En Canción de cuna y otros poemas. W. H. Auden. Debolsillo, Barcelona, 2014 (Traducción: Eduardo Iriarte).




FUNERAL BLUES



Detengan todos los relojes, corten el teléfono,
Impidan al perro ladrar con un suculento hueso,
Silencien los pianos y con apagado tambor
Saquen el féretro, dejen venir a los dolientes.

Dejen a los aviones circular gimiendo en el aire
Garabateando en el cielo el mensaje Él Muerto Está,
Pongan crespones alrededor de los blancos cuellos de las públicas palomas,
Dejen a los agentes de tránsito portar guantes de negro algodón.

Él fue mi Norte, mi Sur, mi Oriente y Occidente,
Mi semana laboral y mi descanso dominical,
Mi mediodía, mi medianoche, mi charla, mi canción;
Pensé que el amor duraría por siempre: Me equivoqué.

Ahora no se desean las estrellas: apáguenlas todas;
Empaquen la luna y desmantelen el sol;
Vacíen el océano y barran el bosque.
Pues nada ahora puede siquiera llegar a algo bueno.

En Another time. Faber and Faber. Londres, 1940. pp. 91. (Traducción de Ernesto Cisneros Rivera).

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