jueves, 2 de marzo de 2017

Bachata en mi face


Por Marisa Díez

A veces me entran ganas de desaparecer por un tiempo de la era digital. Darme de baja en el Facebook, dejar de abrir mi perfil en Twitter o cerrar de una vez el Instagram. Y volver a vivir sin la tiranía de las redes sociales; salir a comprar el periódico por las mañanas o dedicar unas horas a escuchar la radio, ese gran medio de comunicación que cada día tenemos más olvidado. Ya sé que se trata de arranques emocionales que se me pasan en cuanto me lanzo a contestar el primer mensaje de whatsapp que resuena en mi móvil, pero es que, sin desearlo, te ves obligada a leer cada estupidez…

Esta mañana he encontrado en el muro de mi face una de esas imágenes que me sacan de quicio, con un mensaje incorporado tan “profundo” que podría haber sido escrito por un niño de cinco años, si no fuera por la mala baba que desprendía. Una especie de viñeta en la que se representaba a una multitud de inmigrantes y desheredados haciendo cola tras una ventanilla, que lucía un cartel de “ayudas sociales”, frente a otra ventanilla, vacía, donde se buscaban empleados. Tan sesudo pensamiento estaba firmado por un grupo que se autodenomina “orgullo español”, y esta circunstancia fue la que terminó por enervarme. Luego se quejan, pensé, pero es que siempre son los mismos. No suelo entrar al trapo de estas provocaciones, pero qué queréis que os diga, últimamente no soy del todo dueña de mis actos y, dependiendo del desequilibrio hormonal que sufra en ese momento, actúo de una manera o de la contraria. Mi primer impulso fue poner a caldo a la persona que había colgado semejante cutrez en mi muro, pero resulta que no la conocía, porque venía “rebotada” de un comentario anterior de un amigo en común. Y contesté, aunque me contuve bastante; no quiero caer en el mismo error que señalo a menudo a mis amigos, cuando les insisto en que significarse demasiado en las redes sociales sólo puede traerte problemas.

Me agotan esas alimañas que utilizan las redes sociales para hacerse fuertes tras un “me gusta” o un “compartir”. Los que publican repugnantes tweets escondidos tras el anonimato de un nombre ficticio. Los mismos que frente a ti se callan si se sienten en minoría o acorralados en un entorno hostil. Pero se lanzan sin ningún pudor a expresar su alegría por la desgracia ajena en cuanto se encuentran a solas con su smartphone, siempre con un máximo, eso sí, de 140 caracteres. Algunos, incluso, consiguen descansar a pierna suelta la misma noche en que le han reído la gracia a la escoria que, pongamos, acaba de alegrarse por la muerte de Bimba Bosé.

Ya sé que estos comportamientos no son los que de verdad prevalecen, pero cada vez nos estamos acostumbrando más a aceptar esta falta de respeto hacia el ser humano. Por no hablar de lo difícil que resulta, en innumerables ocasiones, llegar siquiera a vislumbrar lo que estos elementos intentan explicarnos, ante su nula capacidad para expresarse guardando las más elementales normas ortográficas o gramaticales.

No dispongo de la varita mágica para encontrar la solución que equilibre ese respeto al prójimo sin menoscabar la libertad de expresión; tampoco es mi cometido. Para eso ya están nuestros políticos o los eruditos en la materia, pero dudo que consigan ponerse mínimamente de acuerdo ocupados como están en resolver sus innumerables corruptelas.

De cualquier forma, intentaré pensar en positivo y aparcaré mis ganas de bajarme en marcha del mundo digital. Esta misma mañana, a continuación del mensaje del que os hablaba, encontré en mi Facebook otro mucho más bonito, aunque no sé si se refería a mí o también había aparecido de rebote en mi muro. Yo me lo apropié y le puse un “me encanta”, con lo que apareció ese corazoncito tan mono. Y como a continuación surgió de repente mi sobrina, guapísima, mientras bailaba bachata en Nueva York, decidí darle otra oportunidad al caralibro. Intentaré contar hasta diez ante la próxima provocación. Claro que, no respondo de mis hormonas…





5 comentarios:

  1. Por lo menos no te insultaron a cuento de tu comentario. Me suelo aguantar las ganas, aunq como cada vez más estoy de vuelta de todo... Aunq es tontería: suelen leer igual de mal q escriben.

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  2. Ah. ¿De verdad es tu sobrina la rubia de la foto?

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  3. Pues claro que es mi sobrina. Y colgué la foto sin su permiso, por aquello del cambio horario. No la iba a despertar para preguntarle si me prestaba una foto que al fin y al cabo ya estaba pululando por el face. Viral no creo que se haga la entrada,¿no?

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  4. Pero ¿no era investigadora? ¿También es bailarina? Yo, Marisa, alucino.

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    1. Es bióloga pero baila bachata en sus ratos libres. Y así se busca otra salida laboral por si falla la primera. Nunca se sabe...

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