martes, 10 de enero de 2017

Esther, su mundo y el mío

Por Marisa Díez

Mi amiga invisible me ha regalado este año un libro que estoy leyendo con ansia de chiquilla. Cualquier tipo de lectura que caiga en mis manos es capaz de aportarme algo positivo. En este caso me ha trasladado a mi mundo mágico de la adolescencia y he retrocedido sin ningún esfuerzo a mis catorce o quince años, edad en la que me empapaba de las aventuras de Esther y su mundo. Una amiga se ha reído de mí sin ningún recato y yo la he espetado, con toda la mala inquina de la que soy capaz, “qué culpa tengo yo de que tú no hayas tenido infancia…”. Porque me da mucha pena que no disfrutara nunca de las aventuras de mi heroína preferida. De pequeña devoraba sus historias, que se publicaban por entregas, semana a semana, en una especie de tebeo que se llamaba Lily. Más tarde, Esther adquirió la importancia suficiente como para ser merecedora de un cómic enterito para ella sola, que salía a la venta aproximadamente una vez al mes, creo recordar. Aún tengo guardados en casa de mi madre, como uno de mis tesoros más preciados, toda la colección de fascículos que logré reunir. Confieso que de vez en cuando todavía los releo, aunque me los sé poco menos que de memoria, porque es de todos conocido el hecho de que cuanto mayores nos hacemos, conseguimos retener los recuerdos lejanos de forma mucho más precisa que los cercanos en el tiempo. Así que soy prácticamente incapaz de esbozar más allá de una idea general del último libro que ha caído en mis manos y he terminado, pongamos por caso, hace quince días. Y sin embargo, podría relatar las historias de Esther como si ayer mismo hubiese acabado de leerlas. Definitivamente, sí. Me estoy haciendo mayor.

Por eso no me da la gana renegar de nada ni nadie que haya sido importante en mi pasado. Total, es lo que me viene a la mente con más claridad. Nunca he entendido a esas personas que quieren olvidar a toda costa de dónde vienen si eso no les aporta un plus de glamour añadido a su aburrida vida actual. Esa gente que,  por decirlo de algún modo, creyendo haber triunfado en la vida, se olvidan de que se criaron, un suponer, en el barrio de la Ventilla, en Vallecas o en Vicálvaro. Me da verdadera lástima escucharles renegar de lo que han sido sus orígenes, sólo porque su casa es ahora mucho más grande o el barrio que habitan es infinitamente más chic que aquel del que provienen y en el que pasaron, sin ninguna duda, los mejores años de su vida. Esos mismos años que hoy se empeñan en olvidar y de los que abominan sin ningún recato. Pobrecillos.

Y por eso confieso mi nula vergüenza al admitir que leo a Esther hoy con la misma avidez con la que lo hacía a mis catorce años. Salvando las distancias y admitiendo que no es un modelo de literatura para recomendar, pongamos por caso, a los alumnos de cuarto de la ESO, no veo qué hay de malo en compaginarlo con, por ejemplo, Patria, de Fernando Aramburu, el siguiente ejemplar que tengo en lista de espera para cuando termine con Esther. Me reconforta dedicar horas a un tipo de lectura extremadamente simple, pero que me deja tan satisfecha como si me estuviese leyendo el mismísimo Quijote. Ya sé que algunos considerarán esta comparación poco menos que ofensiva, cuando no una auténtica aberración, entre ellas mi amiga, que no concibe cómo es posible que una mente más o menos equilibrada, como supone que es la mía, pueda ser capaz de admitir que a los quince años se volvía loca con las canciones de Camilo Sesto y, lo que es peor, aún siga escuchándolas de vez en cuando, sin sentir ningún tipo de vergüenza al reconocerlo. Hombre, al Mola mazo ya no llegué, pero no me digas que Amor amar o Algo de mí no han sobrevivido con mucha dignidad al paso del tiempo. Quizá no despierte, será por el bien de los dos, mataré este momento en silencio romperé unos años de amooooor. ¿Quieeeeén, quieeeeén, quieeeén me robó tu alma de entre mis manos? ¡Esta sí que era una de mis favoritas! Este Camilo era un genio del desgarro y del dolor.

Bueno, quizá estoy empezando a desbarrar. Voy a continuar con la lectura del capítulo que he dejado a medias esta mañana al salir del metro. Ya no puedo aguantar más con la intriga de saber si, por fin, Juanito se dará cuenta de que Esther es el amor de su vida y de que su mundo era ciego hasta encontrar su luz. ¿O esto lo decía Camilo? Yo qué sé, lo mismo me estoy volviendo loca y al final mi amiga tenía razón…



4 comentarios:

  1. De lo que se trata es de disfrutar, sea de lo que sea, Marisilla, me alegro por ti. Pero Esther, Juanito y Camilo Sesto... Ufffff!

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  2. Jejeje, gracias Juana. Espero que no te hayas sentido aludida, aunque la amiga de la que hablo se parece mucho a ti... Hay gustos para todo y aunque todos evolucionamos, de vez en cuando es bueno echar la vista atrás, siempre y cuando ese ejercicio retrospectivo nos sirva para sonreír y volver a disfrutar por un momento de lo que en su día nos hizo feliz.

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  3. Qué importa lo que digan, Marisa? A mí también me gustaban esos libros y por supuesto Camilo Sesto. Te diré que la penúltima vez que estuve en Madrid, en el corte inglés, me compre el doble CD de los Pecos y lo tengo puesto en mi coche y, por supuesto en mi profile de facebook pone que soy pepinera o sea de Leganés. Aunque te entiendo perfectamente porque qué casualidad que la mayoría de las españolas que andan por estas tierras sean todas del Barrio Salamanca, ja, ja, ja !!!

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  4. Gracias, Yolanda. Me acuerdo perfectamente que tu eras una fan incondicional de los Pecos. Era lo que tocaba en esos momentos y yo jamás he tenido ningún tipo de complejo en asumir lo que fue mi adolescencia. Si no lo tuve antes, imagínate ahora que tengo cincuenta tacos... Un beso. Cuídate y disfruta de esta nueva etapa de tu vida. Seguro que todo va a ir bien.

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