martes, 20 de diciembre de 2016

Tan poca vida

Tan poca vida. Hanya Yanagihara

Lumen: Barcelona, 2016, 1005 pp. 24,90 euros


Por J. Teresa Padilla

Ayer acabé esta novela y, aunque no ha planteado especial dificultad recorrer sus mil páginas, lo estaba deseando. Dicho así, no es una novedad: casi siempre estoy deseando acabar la novela que tengo entre manos (para poder leer otra, para rumiarla entera dentro de mi cabeza unos días….). Normalmente, es cierto, estoy deseando acabar, y a la vez me da pena que se termine. No ha sido éste el caso de Tan poca vida. La he leído hasta el final porque, a pesar de la pésima y vergonzante traducción y edición (¿es que los grandes grupos editoriales como el que incluye a Lumen no se pueden permitir correctores? ¿Es que críticos y blogueros controlan tanto inglés que no han leído la versión española? Es imposible hacerlo sin escandalizarse siquiera un poco), a pesar de que carezca de un argumento que realmente avance, a pesar de que lo que único que avanza sea lo inevitable, el tiempo, y no veas en él realmente crecer o envejecer a nadie, sino en todo caso prosperar económicamente… A pesar de todo, de lo que pesa la jodida, y de lo harta que acaba una de la vida pijo-artística neoyorquina, de sus cenas y de esa gente que salvo excepciones (J.B.) o es buenísima o malísima, a pesar de todo esto y de otras razones que olvido, la novela es tan lineal como una teleserie (de las de toda la vida) y te arrastra. Como avergonzada reconozco que me sucedía con aquellos culebrones, una no sólo la lee hasta el final sino que incluso derrama unas lágrimas, no sabe ya si por lo que se le cuenta o por la vida (demasiada sin lugar a dudas) que ha perdido en hacerlo.

Sí, vale. Me lo compré, me gasté mis buenos euros y mi castigo ha sido justo. A ver si puedo revenderlo a algún incauto que no vaya a leer esta reseña o reciclarlo como regalo navideño para alguien que no aprecie mucho. Lo malo del asunto es que lo veía venir y le manifesté mis dudas a mi librera, pero al parecer a los libreros les encanta. No sé si por lo que vende, porque da para mucho debate cafetero… Lo siento: he perdido la fe en ella. Pero empecemos, no sé si por el principio, por donde sea, que estoy deseando acabar.

Con la traductora (Aurora Echevarría) no quiero hacer demasiada sangre porque me da la impresión de que le lanzaron el tocho en inglés y le pusieron un plazo imposible de cumplir con dignidad. Después de las loas del New York Times, The Washington Post, y toda la retahíla de revistas y periódicos que se enumeran en la faja, supongo que les entraría el pánico de que saliera demasiado pronto la nueva mejor novela del año, lo que no es de extrañar. Tanta unanimidad huele a tongo. Una editorial seria se hubiera gastado unas perrillas en un corrector barato, pero de fiar, como una servidora sin ir más lejos, pero las editoriales serias no suelen tener para pagar los derechos de estos bestsellers y, afortunadamente, publican otras cosas.

Hay muchos detalles (adjetivación profusa y redundante; frases interminables) que hacen sospechar que el original no es para tirar cohetes. Algo me ha llegado sobre que las críticas americanas no han sido tan unánimemente favorables como la faja da a entender, pero no he logrado dar con el o los disidentes. Con todo hay otras cosas que sí son responsabilidad del traductor se miren por donde se miren: las pataletas me da a mí que se tienen, no se hacen (p. 18); las comas no son casi nunca potestativas en español y aquí faltan y sobran por doquier; por otro lado tenemos una amplia libertad para omitir pronombres y da miedo, del de verdad, leer cosas como ésta: “Uno de ellos se acercó a él y le dijo algo que él no alcanzó a oírlo debido al ruido y al pánico que se había apoderado de él” (p. 593). Es uno de los casos más llamativos, pero para nada desgraciadamente el único. En otros lugares se nota que la traductora ha cambiado su primera versión y olvidado repasar todo lo que dependía de lo modificado, de modo que resultan incongruencias del tipo: “Bajé las escaleras, sintiendo la rabia que produce descubrir que eres atrozmente inepto y estás convencido de que has actuado fatal” (p. 506), que digo yo que será más bien “la rabia que produce descubrir y estar convencido…”, porque no logro encontrar el sentido a “descubrir que se está convencido”.

Otras frases entre misteriosas a la par que graciosas son: “Está seguro de que son más frecuentes de lo que se teme” (p. 353) (en referencia a unas conversaciones entre dos personajes). Lo que se teme se sospecha o cree, no se sabe seguro; si está seguro no se teme (o cree) nada. O: “Los dos guardan un minuto de silencio [¡!] pensando en J.B. y preguntándose qué tal le va, sabiendo sin saber por qué no ha respondido a las llamadas telefónicas” (p. 365). Creo que todos imaginamos lo que se ha querido decir con ese sabiendo sin saber (que no sabían cómo, pero conocían la razón de que no contestara al teléfono), lo que no significa que sea lo que se lee, o sea, una tontería.

Y, por último, yo creo que la apoteosis, primero de la indecisión (qué parte de la oración hacemos adversativa, cuál dejamos como principal) y luego de atentado a la estética y los pulmones: “Aunque él siempre había tomado drogas –quién no lo hacía-, en la universidad, con veintitantos años, pero pensaba en ellas como en los postres, que también le encantaban, algo que le prohibían de niño y que ahora tenía a su alcance gratis”. Me limito a señalar ese aunque y ese pero difícilmente compatibles porque no me siento con fuerzas, la verdad, para pensar a fondo hasta dónde alcanza la comparación de drogas y postres, y el asunto de la gratuidad. Aunque la cosa sigue y empeora. “Drogarse, como tomar después de comer una ración de cereales de un dulce tan irritante para la garganta que el resto de leche en el cuenco que se bebía después como si fuera jugo de caña de azúcar, era un privilegio de la edad adulta del que disfrutaba intensamente” (p. 374). En cualquier idioma el párrafo es bastante ridículo, pero qué fácil hubiera sido pasar la comparación al final para no hacerlo tan vergonzante (eso y alguna modificacioncilla sin “importancia”): “Drogarse era un privilegio de la edad adulta del que disfrutaba intensamente. Como tomar después de comer una ración de cereales tan irritantemente dulce para la garganta que la leche que quedaba en el cuenco al final se bebía como si fuera jugo de caña de azúcar”. La mejora no es espectacular pero permite cruzar los dedos y esperar que la frase pase inadvertida.

Esto sobre el cómo. Ahora falta el qué. Y entonces paso de la faja a la contraportada, no sin antes despedirme del hombre en pleno orgasmo de la portada, foto a la que la novela creo que debe un porcentaje considerable de su éxito. Por qué. Me da la impresión de que si el dolor físico y mental del protagonista no tuviera que ver, en su origen y en sus consecuencias, con el sexo, esta novela no interesaría a tanta gente. Así de morbosos somos. Más apropiado me parece a mí que hubiera sido poner el rostro de un hombre autolesionándose, pues de ahí extrae nuestro protagonista el poco placer físico del que es capaz, siempre mezclado con el dolor. Pero supongo que esas cosas no se fotografían. No se fotografían aunque Yanagihara no las describe con una minuciosidad absolutamente innecesaria. Deberíamos sentir la angustia y la mezcla de dolor y liberación que llevan al personaje a cortarse una y otra vez, y nos las describe, seamos justos, pero sólo un par de veces: no encuentra más formas alternativas de hacerlo. No le da más de sí. No le ocurre lo mismo con el hecho físico en sí. Éste le fascina, hasta conseguir que nos repugne como la autopsia de un forense entusiasta y parlanchín.

La contraportada nos asegura que en este libro descubriremos, como poco, los secretos de la amistad masculina, el origen y el destino de la culpa, la verdadera importancia del sexo, quién es o no un amigo, y el precio que tiene la vida cuando ya no tiene valor. Después de leerlo no sé mucho más de lo que ya sabía de algunas cosas (lo del precio de la vida sin valor sigo sin tener ni idea de a qué se pueda referir). No sé si me devolverán la pasta por ello. Supongo que no, que dirán, con razón, que soy tonta. Con razón, porque mirad que es simplona la trama, pues ni por esas: hay cantidad de cosas que no entiendo.

La historia, de la que no he dicho nada todavía, es la de cuatro amigos que se conocen cuando comparten habitación en la universidad y siguen en contacto hasta la cincuentena. La novela los sigue en estas décadas retrocediendo puntualmente en el tiempo para desvelarnos el drama secreto oculto en el pasado de uno de ellos, Jude, que tiene unos evidentes problemas físicos que sus amigos, para su alivio, optan por ignorar en lo posible. Ignoran su minusvalía y también su silencio. Hasta aquí todo normal. Ya sabemos todos lo reservadas que pueden ser las amistades entre hombres. Lo sabíamos antes de leer el libro. ¿Por qué son así? No lo sé, podría bien ser el tema para un libro. Pero ese libro no es éste, no os dejéis engañar por la contraportada.

Fuente: rtve
Ese pasado que se nos va desvelando, a los lectores más que a los amigos, no da un respiro. En esa infancia no hay ni un resquicio de luz. Como si la autora tuviera que justificar a Jude así, como si no pudieran entenderse sus problemas psíquicos con una infancia menos negra. Sinceramente, la que me parece que no lo entiende es ella. De la infancia de Jude no queda ni un resto recuperable y eso sólo podría dar lugar a un adulto perverso, o a un zombi, pero no a ese adolescente torturado en busca de amor que en el fondo sigue siendo el protagonista hasta el final. Supongo que para compensar (o porque Yanahigara sólo ve en blanco y negro), los amigos, profesores y jefes de Jude son todos unos santos varones. Incluso J.B., que es el único de carne y hueso, un santo caprichoso, pero santo. Nadie tiene en la vida real esos amigos. Son tan perfectos que uno tiende a olvidarse de la horrible infancia de Jude y verle como un egoísta que no ofrece nada a cambio de lo que de ellos recibe. Qué queréis que os diga. No lo entiendo. Y de repente el amigo te desea. ¿O no? ¿Es el amor fraternal de siempre más el deseo? ¿Es otro amor que el fraternal había ocultado y sale a la luz? No me ha quedado claro. No tengo idea. Lo único que entiendo es que Jude odia su cuerpo, y lo mantiene a raya como un domador, le niega el deseo y lo maltrata si hace falta. Que en cierta forma se ha convertido en su propio pederasta torturador y que no encuentra redención en ninguna parte. Ni siquiera en quien lo ama sin pedir nada. A lo mejor porque nunca la ha querido (la redención), porque se sabe no culpable sin poder dejar de odiarse. Pero estoy elucubrando, poniendo lo que ya sabía, por experiencia propia o cercana, al servicio de una historia que sí, me ha dolido, pero por lo desaprovechada, vulgar y mal escrita que está.

No me hagáis caso. A todo el mundo parece encantarle. ¡Ay, Dios! Qué sola me siento a veces.

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