jueves, 21 de abril de 2016

TSNR



Por Esperanza Goiri

En todo encuentro erótico hay un personaje invisible y siempre activo: la imaginación. (Octavio Paz)


Bajo esas siglas se esconde la tensión sexual no resuelta (TSNR). Ojo, que no estamos hablando de amor sino de sexo. Dos personas se atraen locamente pero por diferentes motivos, no pueden, o no quieren, traspasar esa línea en la que no hay vuelta atrás. Ya se sabe que la tensión hay que liberarla o estalla. Es así; o te dejas llevar con todas las consecuencias o pones tierra de por medio. Cuando se cruza el límite, pueden suceder dos cosas: que recuerdes un revolcón sublime el resto de tu vida o que, a toro pasado, pienses que mejor hubiera sido no haberla resuelto nunca.


  Pese a ser un recurso de guión archiconocido y utilizado hasta la saciedad, los espectadores caemos una y otra vez en sus redes y nos dejamos encandilar por esas parejas que se desean desesperadamente pero se resisten a consumar su pasión. La identificación con ellos llega a ser tal, que a veces te dan ganas de meter la mano en la pantalla (si ello fuera posible), darles sendas collejas y decirles: ¡atontados, montároslo de una vez, si estáis loquitos el uno por el otro! Pero somos conscientes de que en el momento que yazcan, en el sentido bíblico del término, se acabó lo que se daba.
 
Son muchos los partenaires televisivos que han sido “torturados” por los guionistas, viviendo en un sinvivir, valga la paradoja, bajo un claro TSNR. Los protagonistas de Luz de Luna, Reemington Steele, Bones, Castle, Expediente X, por citar algunos, son ejemplos de manual. A mí personalmente, me encanta la encarnada por Tony Soprano y su psiquiatra, la doctora Melfi, que se encuentra descolocada ante ese hombre con el que no debe liarse por tres claros motivos: es su paciente, está casado y es el capo de la mafia de New Jersey (¿alguien da más?).


miércoles, 13 de abril de 2016

Gente tóxica

Por Marisa Díez

Hay personas que están en este mundo sólo para molestar. A veces ni siquiera son conscientes del mal ambiente que crean a su alrededor, pero están ahí, fastidiando al personal de manera continua y reiterada. En la actualidad, y en aras de un vocabulario políticamente correcto, se les denomina con una expresión de lo más sutil, y nos referimos a ellos como “gente tóxica”. Pero vamos, que en mi barrio, por ejemplo, se les conocería con una expresión mucho más descriptiva y directa, porque en realidad no son más que “los tocapelotas” de toda la vida.

Todos nos hemos cruzado en alguna ocasión con algún elemento de este pelaje, lo que ocurre es que a veces están agazapados y cuesta identificarlos. Se esconden tras una apariencia relativamente afectuosa y, en cuanto te descuidas, ¡zas!, te pegan el zarpazo. Hace unos días, una amiga descubrió que en su círculo más íntimo se escondía un individuo (bueno, es su caso particular, una individua) de esta calaña. Y sin saber bien cómo, se encontró indefensa y sin fuerzas para hacerle frente. Su sorpresa fue mayúscula cuando, al contarme cómo se sentía, yo le aclaré que lo que tenía a su lado desde tiempo inmemorial era lo que ahora se conoce como una persona tóxica. Así que se dedicó a bucear por internet buscando la definición exacta de semejante apelativo y encontró infinidad de artículos dedicados al tema, así como diferentes manuales de autoayuda con los que, de inmediato, se sintió plenamente identificada.