lunes, 7 de diciembre de 2015

Los besos en el pan

Los besos en el pan. Almudena Grandes.

Tusquets: Barcelona, 2014. 336 pp. 19 euros.

 

Por Marisa Díez

 En ocasiones, la vida te da un vuelco inesperado. Pienso en ello mientras devoro el último libro de Almudena Grandes, Los besos en el pan, en el que se refleja el devenir de varias familias, de un barrio cualquiera de Madrid, durante los años de esta interminable crisis económica. Y sí, me doy cuenta de que a todos nos ha cambiado la vida desde que estalló aquella maldita burbuja inmobiliaria, la misma que nos hizo creernos lo que nunca fuimos y nos llevó a vivir “por encima de nuestras posibilidades”. Con esta falacia nos han intentado convencer durante años de que nosotros tuvimos nuestra parte de culpa en toda esta historia, esa que nos ha dejado exhaustos y casi sin fuerzas para responderles que no tienen razón, que nosotros vivimos como pudimos y consideramos oportuno, y que también teníamos derecho a disfrutar de lo que nos currábamos cada día. Se aprovechan de que estamos agotados para contestarles, a la vez que aniquilan nuestra capacidad de asombro ante el nivel de desvergüenza que han alcanzado nuestros gobernantes y sucedáneos.

Los besos en el pan nos cuenta lo que estamos hartos de ver a nuestro alrededor de unos años a esta parte. Ni siquiera tu vida misma tiene algo que ver con lo que era antes del crack. En mi caso particular, yo tenía un empleo estable, con un sueldo más que decente, si lo comparamos con el que me pagarían hoy por hacer el mismo trabajo, que probablemente se reduciría a la mitad, tirando por lo alto. Y como éramos dos, sin cargas familiares y cada uno con nuestro sueldecillo, pagábamos la hipoteca de nuestro pisito sin apenas esfuerzo e incluso, cada verano, nos permitíamos el lujo de hacer un buen viaje, a cualquier destino apetecible e interesante. Tuvimos además capacidad de ahorro y, gracias a ello, cuando llegaron las vacas flacas dispusimos de un colchón que nos permitió encarar el futuro sin sobresaltos importantes. Porque sí, nosotros también nos quedamos sin trabajo. Los dos. Más o menos a la vez. Y lo que pensabas que sólo le ocurría a tu vecino de enfrente, resulta que te explota en tu misma cara sin avisar. La cuestión se resolvió sin llegar a la tragedia y, aunque yo sigo nadando contracorriente y buceando entre currículums y ofertas de empleo cada mañana, hace tiempo que decidí no quejarme, ante mí ni ante nadie, en vista de los dramas de los que he podido ser testigo con solo echar un vistazo a mi alrededor.

Porque yo también podría relatar historias similares a las que se cuentan en el libro de Almudena. He visto amigos condenados a volver a casa de sus padres después de haber luchado para evitar la ruina de sus antaño prósperos negocios. Impagos y deudas que se han comido al pequeño empresario, el verdadero héroe y sufridor de esta puñetera crisis. He sido testigo de aquellos que han llegado a la jubilación por la vía rápida, dilapidando y echando por tierra decenas de años cotizados para conseguir al menos, una mínima parte de la pensión que les hubiera correspondido en condiciones normales. Parejas rotas que no han podido superar el desgaste psicológico y emocional que conlleva el desempleo. O, incluso, algunas otras que siguen soportando vivir bajo el mismo techo ante la imposibilidad de subsistir de manera independiente. Por no hablar de las miles de personas que han hecho las maletas y han salido corriendo en busca de una oportunidad fuera de nuestras fronteras. Nuestros jóvenes y no tan jóvenes sobradamente preparados, inyectando en tierra extraña todo el saber acumulado y aprendido en su propio país. Mi sobrina bióloga hace ya año y medio que se fue a experimentar con sus ratones en suelo americano porque aquí no renovaron su contrato en la universidad.

Por todas estas razones y circunstancias particulares de las que he sido testigo, una buena mañana decidí no quejarme, aunque sienta una repugnancia absoluta al escuchar las recetas que ahora, milagrosamente, y a escasos días de las elecciones, nos regala cada día nuestra clase política. Yo no me quejo, pero tampoco me río. Me aguanto, me soporto con dificultad a mí misma en innumerables ocasiones y sigo adelante. Algunos días me levanto con el paso cambiado y tardo un poco en reaccionar, mientras envío de nuevo los correspondientes currículums mañaneros. Pero entonces me da por pensar en positivo y veo que, si mi relación funciona razonablemente bien, dentro de las limitaciones que impone la convivencia; si en mi familia, después de tantos años, aún no nos hemos tirado los trastos a la cabeza, aunque seamos hasta dieciséis personas cuando conseguimos juntarnos todos en nuestro círculo más íntimo (léase abuela, hijas, yernos, nietos y una adquisición incorporada hace unos años); si mis amigos siguen soportándome a pesar del tiempo transcurrido sin mostrar signos de fatiga y si, a pesar de todo, aún no he perdido por el camino las ganas de reír, entonces ¿para qué voy a perder el tiempo en quejarme?

Los tipos que describe Almudena Grandes son tan reconocibles que podrías cruzarte con ellos cada mañana en el portal de tu casa, en el metro o en la parada del bus. A veces bajamos la vista para no vernos reflejados en ellos. O los confundimos con una de esas cifras que refleja la última EPA publicada en los medios de comunicación. Y sin embargo yo, lo único que de verdad espero, es disponer siempre de la memoria necesaria para no olvidar nunca a todos los que no fueron capaces de sobrevivir a las dentelladas crueles de esta maldita crisis.




5 comentarios:

  1. Bienaventurados los que se levantan con el paso cambiado. Me encanta

    ResponderEliminar
  2. Bienaventurados los que se levantan con el paso cambiado. Me encanta

    ResponderEliminar
  3. Gracias Son, por dos veces, me ha quedado claro.

    ResponderEliminar
  4. Creo que una de las cosas que me gustan de Almudena Grandes es precisamente eso: sus personajes tan reconocibles. Le tengo algún que otro "pero", aunque en cualquier caso siempre termino por leerla. Y este me atraía especialmente en este momento, aunque intuyo que no es lo mejor de Almudena Grandes, que quizás ha escrito este libro con cierta "urgencia"...

    Un abrazo

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Sí, Ana, se adivina cierta "urgencia", como tú dices. No es ni de lejos lo mejor de Almudena Grandes, pero a mí me apetecía mucho leerlo, quizá por mi momento personal. Y no me ha defraudado. Ahora mismo no tengo muchas ganas de lecturas demasiado profundas, la verdad... Gracias. Un abrazo tambié para ti.

      Eliminar