Para que no te pierdas en el barrio. Patrick Modiano.
Anagrama: Barcelona, 2015. 150 pp. 14,90 euros.
Por J. Teresa Padilla
Me he propuesto hacer una reseña breve y sencilla. Como la novela, que también es breve, aunque me cuesta calificarla de sencilla. La sencillez es lo más complicado de conseguir cuando lo que se presenta así no es una pura trivialidad. Y esta novela, que se podría muy bien leer como un relato detectivesco, para nada tiene un tema banal. Habla de quiénes somos, de lo que supone llegar a saberlo, de cómo reconstruir esa identidad fragmentaria, de si, parafraseando al propio
Modiano, debemos o queremos “bucear en esa masa espesa y viscosa” que somos nosotros mismos o los lugares (y tiempos) donde hemos de buscarnos. Habla, en suma, de lo que siempre hablan las novelas de Modiano y cómo lo hacen siempre, reproduciendo en la escritura el nada sistemático proceder de la memoria, que es, al fin y al cabo, la responsable de esa identidad que sólo se forja en el tiempo, que está hecha de recuerdos y olvidos, de presencias y ausencias. Una identidad que es tiempo, que se crea destruyéndose y se recrea reconstruyéndose. ¡Vaya! Creo que sencilla, lo que se dice sencilla, no va a poder ser ya esta reseña.
He dicho que se puede y, quizá, hasta se deba leer como una novela de misterio, pero que nadie espere la resolución completa del mismo. Habida cuenta de cuál es éste aquí, difícilmente podía conseguirse tal cosa. En cualquier caso no nos invade por ello la decepción. Ya nos hemos ido dado cuenta, progresiva pero tempranamente, de que no cabía esperar la aclaración de ningún enigma: nuestro “detective” pasa de largo ante el crimen obvio (pues, aunque pasado, hay un crimen) porque lo único que le retiene en la investigación es que se siente objetivo de la misma. Es el investigador, el testigo principal y hasta la víctima, tal es la quemazón, no formulada siquiera como sospecha, que le impide desentenderse, que le obliga a recuperar del olvido de toda una vida a esos otros que se fue una vez y se abandonó.
Este detective es Jean Daragane, un escritor al filo de la vejez, inmerso en la soledad propia de esa época de la vida en la que ya no queda nadie que nos haya importado. Nadie ni nada, y por eso sólo se espera ya, en una angustia más o menos manejable, la propia desaparición.
Una tarde recibe una llamada de un desconocido que pretende devolverle una agenda de teléfonos cuya pérdida apenas recordaba ni lamentaba. No obstante se cita con él para recuperarla. El hombre, que aparece
acompañado por una mujer, le pide información sobre uno de los nombres que
aparece en la libreta. Un nombre que aparece también en la primera novela de
Daragane y que éste no recuerda en absoluto. Como tampoco la propia novela.
“Poca cosa”, así comienza y finaliza esta novela, “al principio es poca cosa”:
detalles insignificantes que desdibujan el presente y convierten en fantasmas
de los seres que se conocieron en el pasado a los que lo habitan. Y ese pasado que,
como la maleta de cartón de la que nunca se decidió a desprenderse aunque celebre haber perdido la llave, permanecía cerrado, empieza a revivirse, a
hacerse presente. En desorden, con la misma escritura apretada y confusa del dossier
en que aparece aquel nombre olvidado, entre otros igualmente sepultados por el
tiempo y más queridos, pero abriendo brechas a través de las cuales el dolor y
la pena se propagan como una mecha. El dolor, la pena, y aquellos
que un día se fue, que se sigue, pese a todo, siendo: esa muchedumbre que es uno mismo.
Recordar o “hacerse el muerto y quedarse flotando suavemente en la
superficie de las aguas profundas, con los ojos cerrados”, ésa es la cuestión, el tema recurrente de Modiano.
Resulta sorprendente cómo consigue ofrecernos siempre
algo distinto a partir de lo mismo. Debe ser eso lo que se llama talento.