lunes, 21 de septiembre de 2015

Tworki (El manicomio)

Tworki (El manicomio). Marek Bienczyk.

Acantilado: Barcelona, 2010, 224 pp. 19 euros.


Querido Jurek:

Trata bien a Janka y no pienses mal de mí. Te he tomado mucho cariño. Eres un chico fantástico. ¡Qué extraño es el destino! ¡Será que así estaba escrito! Dales recuerdos a todos los que por ti conocí y aprecio, y sobre todo a tu madre. Dale otro beso de mi parte a aquel que lo fue todo para mí. Para ti, un fuerte apretón de manos.


S.
P.S. ¡Sé feliz!
S.


Por J. Teresa Padilla

 Lo primero que se lee de esta novela si, como suele ser tan habitual como a veces poco recomendable, se empieza el libro por el final (por el final del libro-objeto, no del libro-obra), vamos, si comenzamos con el texto de la contraportada, es una cita casi íntegra de una “Nota del autor” que en el libro (ahora sí, el libro-obra) va en realidad al final de la novela. Y con toda la razón, porque entonces resulta evidente el cambio radical de tono entre el cuerpo del texto como tal y esta nota. Un contraste tan grande como el que existe entre aquello de lo que uno y otra hablan: las historias personales que se reconstruyen a partir de una carta de despedida y la Historia que las enmarca, respectivamente. La seriedad de la nota aparece entonces teñida de decepción o, quizá más exactamente, de hastío. El de tener que dar respuesta a la pura curiosidad extraliteraria por la “realidad” de lo que se nos acaba de contar. O, peor aún, el de verse obligado a justificar la existencia y el valor de la ficción sobre los “hechos reales”. Con excepción de la propia carta, tan esencial como irrelevante históricamente (en lo que a los grandes hechos respecta), todo aquello cuya realidad se nos confirma en esta nota es sobradamente conocido de antemano. Para eso no hacía falta leer la obra que la antecede. De ahí que no pueda dejar de verla como un corolario final, en forma de resignada protesta contra la generalización y opacidad de la Historia, a lo que en la novela es una invocación, gozosa hasta en los peores momentos, para que todos dejemos en ella nuestros nombres y acusemos recibo del de los demás, para que nos resistamos al anonimato que impone de la única manera posible: escuchando o leyendo las palabras de los otros; diciendo o escribiendo las nuestras; manteniendo viva esa comunicación secreta y subterránea de la que nada dice el relato histórico y en la que únicamente se encuentra, aunque sólo a veces, cierto sentido a la vida.

Menos mal que este relato no es el único; que la imaginación, la ficción y la poesía pueden contar lo que hay detrás y oculta el escueto hecho histórico de que “hubo una guerra, millones de personas perecieron, otras sobrevivieron”. Y eso que cuentan es mucho más real que este hecho por la sencilla razón de que le da un significado más allá de la verdad de Perogrullo que por sí mismo es únicamente capaz de expresar.
Y así, el ritmo cansado y monótono de la nota deviene en la novela un juego de palabras e imágenes lleno de ternura, humor y esperanza. Una celebración de la vida, tan frágil como pertinaz, que transcurre incluso en medio de las mayores catástrofes. Una celebración y una invitación.

Marek Bienczyk (2012). Foto: Marie
Érase, pues, una vez un jovencísimo aprendiz de poeta miope llamado Jurek, futuro destinatario de una carta, también conocido como Jurek Listillo (Salchichón Pepino Ovillo o Capitán de los Grillos, según los casos), Jurek Tarambana Príncipe Rana y un largo etcétera. Un poeta, contador y, afortunadamente, también contable, lo que le convierte en un miembro lo suficientemente útil a la sociedad como para que ésta le permita ganarse su sustento. En su caso en un hospital psiquiátrico a las afueras de Varsovia, en Tworki. Érase una vez, habría que añadir aquí también, un manicomio que, contra todo pronóstico, a pesar del color y la suciedad del uniforme de los residentes, del exiguo rancho y de la nacionalidad del cuerpo directivo, termina convirtiéndose en un oasis, un paraíso en medio de la atronadora furia de la Historia. Allí, nuestro trovador, contador y contable conoce a Sonia, futura firmante de la carta, de la que, como no podía ser menos dada su condición de poeta casi adolescente, se enamora al instante. La bella Sonia, por su parte, se enamora, como también cabía esperar, de otro: Olek, miembro destacado de los Magníficos (el círculo de amigos de la infancia de Jurek) y legendario delantero del Varsovia Fútbol Club. El desengaño, sin embargo, no da lugar a interminables elegías. En primer lugar, porque era del todo comprensible que una pierna tan fuerte y hábil como la de Olek, coronada por una cabeza no menos hábil y rubia sobre cuya nariz no necesitaban reposar unas gafas, todo ello conformando una silueta indudablemente del tipo “americano”, eclipsara su indiscutiblemente mayor talento rapsódico. Y, en segundo y principal lugar, porque, como poeta, Jurek amaba a Sonia como amaba todo lo que ponía en verso y rima: los árboles, el cielo, el río, Olek mismo y, en suma, toda “esa extraña pero a veces también hermosa, aunque a veces la llamemos simplemente un largo sueño, o sencillamente c’est la vie”. Es decir, que amaba por el puro placer (y la necesidad) de hacerlo, sin pretensiones de exclusividad ni tan siquiera de estricta reciprocidad. Y cuando se ama así, de verdad, al final también se es amado y no hay lugar para la tristeza o la lamentación.

Érase también una madre adivina (¡vaya novedad!), un loco que nos recuerda el camino de la lucidez, y otros muchos seres que siguen siendo humanos a pesar de las circunstancias y de su nacionalidad. Y otros que adivinamos que no, aunque para qué hablar de ellos: no aparecen porque no importan, en su caso sí puede que sea cierto que los hechos de la Historia digan todo lo necesario.

Muchos seres humanos pasan por Tworki. Muchos perecen y otros sobreviven (de momento). Pero esto no es, ni mucho menos, lo esencial. Lo esencial es la carta, “lo mejor que se ha hecho por nosotros, lo mejor que se ha pensado de esta vida, de este lado, y el mejor de los caminos que se nos han señalado”, así que “confirmad, acusad el recibo, firmad alguna vez el recibí, adjuntad todos vosotros, hoy llamados, vuestro propio post scriptum”.

2 comentarios:

  1. Un libro que he leído no hace mucho y que no tardaré en comentar. Una sorpresa, por cómo está escrito, poesía pura (y dura), que a veces sobrepasa a la historia que cuenta.

    Buena reseña, gracias.

    Un abrazo

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    1. Gracias por tu comentario, Ana. He añadido tu blog a mi lista para no perderme tu propia reseña. La verdad es que al escribir la mía me quedé con la sensación de no haberle hecho la suficiente justicia. Hay mucha poesía, pura y dura como dices, pero optimista y reinvindicativa. Es una especie de sonrisa burlona de los que no son, aparentemente, nada a esa apisonadora de la Historia que ignora sus nombres y los convierte, como mucho, en números y que sobrepasa la historia, la ficción, porque nos invita a unirnos a ella. En fin, que estoy deseando leer tu opinión.

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