lunes, 7 de septiembre de 2015

Scaramouche

Scaramouche. Rafael Sabatini.

El País: 2004, 405 pp.


Por José María Ruiz del Álamo

A duelo me la juego, y tiro de palabra para blandir la espada, pues me afrenta que me tachen de vago cuando haraganeo pensando junto al viento. Que si mi escritura no es dada a reseñas literarias hoy le hago una cinta para traer a colación la lectura que me ha acompañado estos días de verano. Una obra para lanzarse a la aventura buscando un halo de aquella niñez perdida.

Niñez que se encuentra en el primer párrafo de la obra de Rafael Sabatini: “Nació con el don de la risa y la intuición de que el mundo estaba loco. Y ese era todo su patrimonio”. La ventana a la lectura se ha abierto de manera superlativa, un inicio que te llena de un plumazo para continuar los avatares, mas a la vez es un inicio a enmarcar, bien se puede comparar con las primeras palabras de Cien años de soledad, Moby Dick, La colmena y, por qué no, Don Quijote de la Mancha… Sí, la brillantez es tal que uno se siente embarcado en esa estela de libertad que conlleva la lectura y la imaginación, amén de teletransportar al adulto a su espíritu juvenil (“En verdad os digo, si no os volviereis y os hiciereis como niños, no entraréis en el reino de los cielos” San Mateo, XVIII, 3).

Mi encuentro con Scaramouche devino de la versión cinematográfica interpretada por Stewart Granger, y uno quedó fascinado por el ritmo y por el increíble duelo espadachín en el teatro (mejor envite no se ha llegado a rodar). Posteriormente, en la biblioteca de mi abuelo, vine a encontrar una obra de Sabatini titulada Scaramouche, creador de reyes (editorial Molino, colección Famosas Novelas), y a la lectura me di, pero vine a ver que poco (nada) concordaba con la película y por ello sentí desilusión; algo crío era en su lectura, claro que ahora, teniéndolo en mis manos, leo la primera línea (“se sospechaba de él que no tenía corazón”) y como que me entra el gusanillo de releerlo. Quizá caiga en la tentación (uno es mucho de caer en estas cosas), más cuando veo que es la continuación de este Scaramouche que venimos aquí a reseñar.

Prosiguieron nuevos visionados de la película y, finalmente, llegó el genuino libro a mis ojos. Una edición del año 2004 llevada a cabo por El País (colección Aventuras) y que vine a encontrar en una librería de segunda mano. Apenas un euro fue su coste y por ventura que he recibido favores más allá de esa moneda.

Porque su lectura fue apetitosa, no por ser devorada, sino por la dosis vitamínica de libertad que me aportó y el ejercicio de placer de leer en felicidad (¿se puede acuñar este término?). Ese ser feliz leyendo que no de tontos es, sino que irrumpe en una mirada inocente, aunque no exenta de crítica, ya que si su prosa es ligera y simple, buena razón es para buscar esa inocencia ligera y simple que hemos dejado por el camino. Mas a la par concuerda con el Victor Hugo de Los miserables al marcar/enmarcar a los personajes ante el hecho histórico.

La configuración del Tercer Estado como eje de la Revolución Francesa, así como las relaciones de la aristocracia (cohorte real) con el pueblo, la creación de la Asamblea Nacional, la aparición de personajes históricos (Danton), la huida de los reyes, el ataque de las Tullerías… Es en este periodo convulso de la historia donde transcurre nuestra lectura. Una clase de historia en pos de la justicia desde el alma de la amistad.

Y por pedir justicia ante el asesinato será declarado sedicioso nuestro protagonista, viéndose en el extremo de encarnar a Scaramouche en la comedia del arte junto a Colombina y Arlequín (el teatro de la legua). Pues a todos nos toca interpretar nuestro papel en esta escritura del mundo, y hay quienes llevan mejor la máscara, sin embargo la máscara bajo la que se esconde Scaramouche facilita la mordacidad y la intriga, pues viviendo en la irrealidad de la farsa bien se ve la farsa de la realidad. Porque nuestro héroe, cuyo nombre es André-Louis Moreau, se nos presenta como el hombre cínico que se mantiene al margen de los acontecimientos para acabar mostrando una vena egoísta donde sólo ve su profundo interés. Ni nuestro héroe es tan blanco ni tan negro, su ser va configurando transformación.

Novela de aventuras que se precie bien debe tener su antagonista, y el señor de La Tour d´Azyr es el contrapunto: un aristócrata no tan noble, pues pendenciero resulta, y se vale de su poder y de su arte con la espada para aniquilar aquello que puede desestabilizar su estatus. No concibe la igualdad del ser humano. Todo él es altivez. Aniquilador de la inocencia: ya de Philippe de Vilmorin, ya de Aline. Cercenando la voz del primero, un abate idealista que busca la reparación de la injusticia; queriendo contraer un matrimonio de conveniencia con la segunda.

Novela y película se desmarcan en su transcurrir y en su conclusión, pues mientras la película eclosiona hacia el sentido del humor y la espectacularidad del genial duelo; la novela viene a dormirse en una especie de culebrón conservador. Pese a ello, grandes son los momentos de narrativa que Sabatini plasma, véase el diálogo de la sinceridad de Philippe rebatido por la procaz lengua de André-Louis, la vertiente feminista de Aline en un momento dado, la creación de tensión en la huida del protagonista o la manifestación ambiental del clima revolucionario, así como ese viaje a ninguna parte de los cómicos.

¿”Scaramouche” tiene un sitio en la actualidad? “Es lamentable que me haya despojado definitivamente del ropaje de Scaramouche, puesto que no hay otro más adecuado para mí. Todo parece indicar que mi papel es provocar siempre la conflagración y luego escapar antes de que me alcance el fuego (…). No me consuela haber sido escogido para un papel tan despreciable que casi siempre consiste en el arte de escurrir el bulto”. Quizá sí, porque en la novela se dibuja una buena capa de grises, mientras que en la película es casi todo brillantez. Quizá sí, porque se nos muestra sutil y peligroso, a la par que consigue sus propósitos tortuosamente.

La lectura nos desafía al mundo de la contradicción. Nuestro héroe puede resultar no tan nítido.

Scaramouche es una lectura a la que te has de acercar en grado de felicidad; no menospreciemos la prosa de Sabatini.

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