jueves, 27 de agosto de 2015

Mi "página en blanco"

Por J. Teresa Padilla

Hay rachas. Rachas en las que se te atomontonan temas para escribir, en las que se agolpan en tu cabeza frases e incluso párrafos enteros que te esfuerzas por no olvidar antes de tener ocasión de transcribirlos. Y rachas en las que te repugna hasta la idea de sentarte a escribir nada. En que el silencio aparece como la única opción. Y la mejor, la más honesta.

Recuerdo que Kertész decía que sólo debía comenzarse a escribir una novela cuando hubiéramos intentado con todas nuestras fuerzas resistirnos a la idea de escribirla. Pero yo no escribo novelas. Y aunque alguna vez, en plena euforia, me he preguntado si no debería intentarlo, la tentación no ha tenido nunca la fuerza necesaria para dar lugar a una sola línea. Doy por descontado que no sería capaz de mantener la concentración, el ritmo. Que nada bueno podría resultar de esta ocurrencia repentina. Se supone que debería suceder al revés, que, antes del planteamiento de la mera posibilidad de una novela, tendría que surgir la necesidad de contar algo, algo que, además, precisara esta forma literaria y no otra. Sí, reconozco que ha habido veces en que, después de echar un vistazo a algunas novelas de éxito, me he dicho que yo también podría hacer eso, y la tentación me ha asaltado. Lo que pasa es que eso que me creo, con razón o sin ella, capaz de emular me interesa tan poco que me quito inmediatamente esta peregrina idea de la cabeza. Entiendo que mi modesta contribución a la historia de la literatura reside en abstenerme de producir estos engendros.

Lienzo Blanco sobre blanco (de la obra de teatro Art)
Pero yo no escribo novelas, así que no tengo que seguir la sabia recomendación de Kertész. Escribo otras cosas y por necesidad. No la de contar algo, sino la de escribir, lo que sea, sin más. El silencio no me sienta bien, lo sé por experiencia. Así que, cuando llegan esas rachas en las que siento un asco casi físico ante el hecho de sentarme y teclear cualquier palabra, que me resulta en sí misma ya una gran mentira, me tengo que obligar a hacerlo. Dejar de rumiar agráfamente lo que en cada momento me ha sumido en ese estado, enredándolo y haciéndolo aún más poderoso y dañino, y escribir. Sobre esto o sobre lo que sea. No es tan fácil como parece. Cuesta. En realidad, hasta que no creé este blog, en otro momento de euforia inconsciente, por lo general lograba zafarme de esta obligación. Necesitaba hacerla de alguna manera pública para darle un auténtico peso imperativo.

Así que se abre el documento nuevo, la hoja en blanco.Y ahí está el cursor, parpadeando impertinente ante mis ojos, desafiándome. Debería escribir a mano, me digo entonces, así no tendría que soportar la urgencia de esa repugnante rayita vertical. Ni tener que permanecer sentada en esta incómoda silla. Pero ya no sé escribir a mano ni entender luego lo que he escrito. De manera que seguimos ahí el cursor y yo, frente a frente. Escribo algo, cualquier cosa con tal de dejar de ver su irritante parpadeo. Borro. Escribo. Vuelvo a borrar. Y al final, no se sabe muy bien cómo, escribo casi por azar una frase que me lleva a otra, y a otra; una frase que me dicta lo que voy a escribir. Que me saca del runrún interior que me abocaba al silencio y la amargura.

Una novela quizás sea demasiado, pero a lo mejor un ensayo de autoayuda literario… Sonrío al pensarlo. Lo escribo y dudo si borrarlo o no: la frase me hace sentir un auténtico fraude que se evade con el sarcasmo de aquello que debería decidirme a afrontar de una vez por todas. Pero no lo hago, y cualquier cosa es mejor que ese runrún. Ahora ya es el párrafo entero el que pide ser suprimido. No termino de atreverme. Me parece que equivaldría a una nueva mentira. Puede que baste con un punto y aparte. Puesto queda.

Queda el punto y esperar. Esperar a que las palabras se sucedan y te den un final. No, un final no. Otro punto y aparte, pero menos amargo. Un punto y aparte que prometa una continuación. Quizá otro día las palabras dicten algo mejor, por fin verdadero.

¿A qué ha venido esto?, te preguntarás. A que el lunes José publicó una descripción de su página en blanco y al leerla me di cuenta de que la mía era muy distinta. Y es que puede que nuestras respectivas páginas en blanco digan más de nosotros que aquello con lo que terminamos emborronándolas. Puede que sean más verdaderas. Una tontería, lo sé, pero necesitaba escribir y... bueno, esto es lo que ha quedado hoy dictado.

2 comentarios:

  1. Pues tengo yo que ponerme con mi página en blanco, que también tengo un runrún absurdo en la cabeza que no sé bien hacia dónde me llevará. Venga, voy a ver si me enfrento al cursor.

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  2. Eso, eso... ¡A ver si se cree el cursor que va a poder con nosotras!

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