lunes, 20 de julio de 2015

Besar con la mirada

Por Marisa Díez

Se empeñaban en comportarse como niños en un mundo de adultos, pero no lo eran. Cada uno portaba sobre su espalda su propia mochila de sinsabores y golpes del destino. Estaban en esa franja indeterminada entre los cuarenta y los cincuenta y aún no sabían con exactitud a dónde dirigirse. Se diría que dejaban pasar el tiempo, los días, los años… Esperando la chispa que les hiciera saltar, desperezarse y salir corriendo detrás de su sueño. De su vida.

Se habían conocido por casualidad, en una de esas pausas que te ofrece la vida para coger oxígeno. Se encontraron de repente entendiéndose más allá de las palabras y de los gestos. Una química inesperada, un deseo inalcanzable, una mirada fugaz… Y las mariposas que vuelan en el estómago. Esa sensación conocida, pero olvidada en el tiempo. Recuerdos que se agolpan de repente en la memoria. Y comienza una lucha sin cuartel, sin grandes posibilidades de ganar la batalla final.

Verlos juntos es observar la felicidad de dos adolescentes que descubren sus secretos cada día. Retroceder treinta años en el tiempo y revivir con envidia aquel enjambre de sensaciones enfermizas y desconocidas que parecían reventarte por dentro y dejarte sin recursos. Greguerías de Ramón Gómez de la Serna convertidas en realidad. “Se miraron de ventanilla a ventanilla en dos trenes que iban en direcciones contrarias, pero la fuerza del amor es tanta que, de repente, los dos trenes comenzaron a correr en el mismo sentido”. Poesías de Bécquer y Neruda. Sonetos de amor por el aire. Estrofas rescatadas del olvido. Papel amarillento escondido en el fondo de un cajón. “El alma que hablar puede con los ojos, también puede besar con la mirada”.

En ocasiones, la vida te ofrece estas jugadas. Puedes echarle un órdago o simplemente dejarte llevar e intentar ganar la partida sin ser un jugador experimentado. Decides seguir el curso de unos acontecimientos que no sabes bien a dónde te van a llevar. Pero algo en tu interior te asegura que aún estás a tiempo, que hay que coger de una vez el tren, justo el que iba en la dirección contraria. Subirte y abandonarte a un destino inesperado pero lleno de sorpresas que te ilusionan de nuevo y te estimulan cuando ya creías haberte dado por vencida. Un libro escondido en tu biblioteca que te engancha desde la primera página. Un final por escribir.

Verlos es volver a tener fe en el género humano y en las emociones. Descubrir esa mirada que te hace temblar y sacar a la luz secretos inconfesables. Volver a los diecisiete, como diría Violeta Parra. No juegan sucio por no decir la verdad, ni ocultan nada porque escondan algunas cosas, en palabras de Serrat.

Ya hace unos meses, quizá más de un año, que descubrí una historia oculta, pero hasta hace unos días no había vuelto a encontrarlos en mi camino. Una de estas casualidades con las que te cruzas a diario sin esperarlo. Les vi tan felices e ilusionados que decidí escribirles un post, quizás un poco absurdo, a sabiendas de que, probablemente, ni siquiera lo leerán, ni llegarán a enterarse del cúmulo de sensaciones que llegaron a despertar en mi interior.

Para todo hay un tiempo en la vida. Incluso para aquello que pensabas que jamás podría suceder. Los trenes que pasan de largo y los que siguen en direcciones opuestas. Estar en la estación correcta, en el momento oportuno. Y subirse. Y dejarse llevar. Más lejos, más cerca. Disfrutar del viaje a un destino desconocido. Ese mejor momento que, como siempre, todavía está por llegar. Ese destino que tenías escrito y aún está por descubrir. Y si el invierno viene frío…


4 comentarios:

  1. Me sumo a los comentarios previos y añado que ¡te echaba de menos!

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  2. Muchas gracias, chicas. A veces encuentras una historia a la vuelta de cualquier esquina. Después sólo hace falta un poquito de imaginación, et voilà!

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