lunes, 22 de junio de 2015

Dora Bruder

Dora Bruder. Patrick Modiano.

Seix Barral: Barcelona, 1999, 124 pp. (Reeditado en 2009 con prólogo de Adolfo García Ortega, 128 pp., 16 euros). 


“Nunca sabré cómo pasaba los días, dónde se escondía, en compañía de quién estuvo durante los primeros meses de su primera fuga y durante las semanas de primavera en que se escapó de nuevo. Es su secreto. Un modesto y precioso secreto que los verdugos, las ordenanzas, las autoridades llamadas de ocupación, la prisión preventiva, la Historia, el tiempo –todo lo que nos ensucia y destruye- no pudieron robarle”.

Por J. Teresa Padilla

Llevaba tiempo diciéndome que tenía que leer algo de Patrick Modiano, el último premio Nobel. No tanto por el premio, de cuyo criterio no termino de fiarme, sino porque lo que supe de él a partir de esta concesión (no lo conocí hasta entonces) me atrajo. Sin embargo, algo que no termino de identificar contenía esta atracción. Iba a la biblioteca, me paraba en la estantería que le correspondía, hojeaba las novelas disponibles e, indecisa, me decía que tenía que buscar información adicional para saber por cuál empezar. Como, en realidad, no busco nunca consejos ni recomendaciones, siempre olvidaba hacerlo, sin acordarme de ello hasta que no volvía a la biblioteca y me encontraba ante la estantería correspondiente. No sé, quizás temiera elegir la equivocada y terminar alejada de un autor que tanto parecía prometerme. Así pasó también la última vez. Después de volver a mirar en su sitio (como si esperara que el propio libro decidiera por mí), y de repetirme que, esta vez sí, tenía que buscar opiniones ajenas, me alejé en busca de otro autor. Y allí, fuera de lugar, olvidada quizás por otro usuario, estaba Dora Bruder. No sé si creo en las coincidencias (cada vez creo en menos cosas), pero lo interpreté como una señal y me la llevé.

Hasta que no lea otras novelas de Modiano no podré confirmar el alcance real de esta señal. Ahora mismo tendería a dar rienda suelta a la mujer irracional y supersticiosa que llevo dentro y calificarla de mágica. No sé si todo Modiano es así o el azar puso en mi camino justo la novela que tenía que leer para confirmarme todo eso que presentía, sin creerlo del todo. Todas esas expectativas que temía ver decepcionadas.
He perdido el miedo a leer a Modiano. A cambio tengo otro: el de no saber explicar por qué, el de no ser capaz de esbozar en esta reseña el mecanismo de su hechizo.

Dora Bruder con sus padres
El planteamiento de la novela es muy sencillo: el autor encuentra, hojeando un periódico de la nochevieja de 1941, un anuncio en el que unos padres buscan a su hija adolescente. Se facilita una somera descripción y la dirección de los mismos. Modiano conoce este barrio, esta dirección, que frecuentó en su infancia con su madre. Un pasado anterior a su nacimiento y su propio pasado infantil entran en contacto gracias a este espacio compartido y salta la chispa que empuja al autor a saber más de esa joven que pisó las mismas calles que él, que, como él, se fugó en una noche invernal, que, como a él y a todos nos pasará un día, desapareció para siempre engullida por la Historia y el tiempo. Y Modiano empieza a recorrer esas calles compartidas, con obsesiva meticulosidad, como si el espacio y su topografia, más estables y permanentes que nuestras fugaces vidas, pudieran facilitarnos un puente que salvara el abismo del tiempo, un punto desde el que orientarse, un poco de estabilidad.

Si damos por buena la definición del diccionario, que asocia el término con el de ficción, esta obra no es una novela. Estaría más cerca de ser un ensayo o una reflexión documental. Y la verdad es que, mientras la leía, me venía a la cabeza Shoah, el impresionante documental de Claude Lanzmann. Obviamente no por su amplitud (ésta es una obra breve), sino por su aparente frialdad, su sobriedad afectiva y, sobre todo, su amor al detalle. Al detalle espacial y documental. Modiano, como Lanzmann, parece buscar que sean los escenarios de la tragedia, los documentos, las cosas, impertérritas en esa perdurabilidad de la que los hombres carecen, los que nos hablen y cuenten lo que pasó. La diferencia, lo que impide que, pese a todo, no podamos evitar llamar novela a la obra de Modiano es que él no es un periodista o detective que se limita a buscar y entrevistar a los posibles testigos, inspeccionar documentos, filmar los escenarios o consultar con historiadores. El esfuerzo de dar fe, de preservar la realidad de lo que fue, esa realidad que el olvido amenaza con hacer desaparecer, es común a ambos, pero Modiano no pretende tanto dar testimonio de un hecho, sino de los que lo sufrieron. Porque, a pesar del interrogatorio al que somete a las calles, los edificios, los mapas y los documentos, sabe muy bien que ellos son mudos y cómplices del olvido. Él no es un espectador que se obliga a ser neutral en este “documental”. Es un médium (un médium por obra y gracia de los azares y las coincidencias). Y cuando en una narración se introducen estos elementos tan poco objetivos o contrastables, tenemos que hablar de novela, de ficción, para protegernos del escándalo, aunque en el fondo sepamos que esta ficción lírica es la más fiel a la realidad (la nuestra), la más verdadera. La que no miente, la que de verdad recuerda.

P. Modiano 2014. Foto: Frankie Fouganthin
Modiano busca respuestas sobre personas con nombre propio, sobre todo de Dora Bruder, pero no sólo de Dora. Habla de ella, de otros y de sí mismo. De todos los que estamos destinados a desaparecer sin dejar rastro y del vínculo que, a pesar del abismo aparentemente infranqueable del tiempo, es posible establecer. En realidad, son estos nombres propios (Dora Bruder, Annette Zelman, Josette Decimal, Hena, el niño sin identificar nº 122…) los únicos que pueden dar testimonio de los “hechos”.

Muchas palabras he escrito para decir algo tan sencillo como que no paséis de largo si os la encontráis. Que la leáis. Como Modiano, va a resultar que también yo “creo en las coincidencias”.

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