miércoles, 3 de junio de 2015

De vez en cuando, Serrat

Foto: 20 minutos
Por Marisa Díez

Si tuviera que elegir una sola canción entre mis preferidas de Serrat, estaría en un gran dilema. Probablemente escogería Señora, pero no porque considere que sea la mejor, sino únicamente porque fue la primera que escuché de su repertorio y la que, en consecuencia, me dio la oportunidad de seguir descubriendo el resto de las que incluye su extensa discografía. Muchas de ellas forman parte, casi desde que tengo uso de razón, de mi universo musical y las tengo almacenadas en ese pequeño grupo de tesoros en forma de vinilo, que conservo todavía como oro en paño.

Por este mismo motivo me resulta muy difícil enfrentarme a la redacción de una crítica, mínimamente objetiva, sobre lo que dio de sí el último concierto que Serrat ofreció el pasado día 26 en el Teatro Auditorio de Alcobendas. El Nano venía de superar una faringitis aguda que le obligó a suspender algunos conciertos de su gira, entre ellos los dos que iba a ofrecer en Madrid, con las entradas agotadas desde hacía meses. Había cierta expectación por comprobar su estado físico y, tras unos primeros minutos en los que resultaron evidentes ciertos signos de afonía, Serrat, un auténtico maestro para meterse al público en el bolsillo, fue reponiéndose hasta hacer olvidar al respetable sus pequeños problemas de voz.

La gira está pensada para celebrar sus cincuenta años en los escenarios y, por ello, el repertorio elegido para la ocasión incluye, de forma mayoritaria, los grandes éxitos en los que ha basado su carrera. En ningún concierto de Serrat, y mucho menos en los que componen esta gira, faltan temas de los considerados indispensables. En esta ocasión, el repaso comenzó con El carrusel del furo, al que siguieron, entre otros, Esos locos bajitos, Mi niñez, De vez en cuando la vida, Algo personal, Mediterráneo, Para la libertad o De cartón piedra. La emoción contenida hasta ese momento se disparó con los versos de Machado y su emblemático Cantares, con el público puesto en pie y coreando entusiasmado su “golpe a golpe, verso a verso”.

Todos los incondicionales de Serrat tenemos ya asumido, desde el inicio del concierto, que siempre echaremos en falta alguna de nuestras canciones preferidas. Lo aceptamos con resignación porque entendemos que le sería imposible complacer en su totalidad a un público tan heterogéneo en sus gustos. Por mi parte, en esta ocasión, mi joya personal e indispensable, injustamente sacrificada, fue Aquellas pequeñas cosas, un tema que rara vez suele faltar en sus recitales. En su lugar sonaron otros tesoros, como Lucía o Penélope, con los que la inmensa mayoría de sus seguidores suelen sentirse satisfechos y una servidora se sintió también recompensada.

Entre el inmenso grupo de serratianos, entre los que, evidentemente, me incluyo, existe la certeza de que cuando asistimos a uno de sus conciertos, estamos preparados para escucharle. Y con esto quiero decir que no sólo deseamos oírle cantar; queremos escucharle, que nos hable, que nos cuente, porque Serrat conversa continuamente con su público como si fuera uno más de los que están sentados en los asientos cercanos. Y en ese momento tienes la sensación de que lo que te cuenta te lo dice tu amigo, o tu vecino, al que conoces de toda la vida. Y además, Serrat es muy divertido, es simpático y entrañablemente cercano, capaz de entablar una conversación llena de afecto, salpicada con múltiples chascarrillos y disquisiciones varias que hacen las delicias del respetable, arrancándole numerosas carcajadas y sonrisas de complicidad.

Ya dije cuando comencé esta especie de crónica que no iba a conseguir ser objetiva. Me cuesta esconder siquiera mínimamente mi admiración y respeto profundo por la figura de Serrat. Tantos momentos vividos con su música me hacen encontrar siempre una canción adecuada para las situaciones más comunes o las más impensables de mi vida. Si una mañana, por cualquier motivo, me levanto de bajón, se me ocurre escuchar Hoy puede ser un gran día o Canción infantil. Si, por alguna razón, un suponer, me veo en la necesidad de escribir un artículo sobre, digamos, Candeleda, lo ilustro sin pensarlo dos veces con Pueblo blanco. Puede que no me lleguen las ideas al cerebro y entonces canturreo No hago otra cosa que pensar en ti. Enciendo el televisor y en múltiples ocasiones pienso que todavía, a día de hoy, alguien debería escuchar con atención los versos de Miguel Hernández en Para la libertad. Cuando recuerdo a mi sobrina, en su dimensión transoceánica, me vienen a la memoria, inevitablemente, emocionantes estrofas de esa genialidad titulada Qué va a ser de ti. Si se tratara, por ejemplo, de ilustrar alguna que otra historia de amor, tendría tantas posibilidades en su cancionero que podría perderme antes de elegir Porque la quería, Donde quiera que estés o Cuando me vaya. Pero si, definitivamente, lo que necesito expresar es lo que siente una serratiana de corazón al término de uno de sus conciertos, cualquiera de sus canciones me serviría para explicar por qué "de vez en cuando la vida se nos brinda en cueros y nos regala un sueño tan escurridizo que hay que andarlo de puntillas por no romper el hechizo..."


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