viernes, 22 de mayo de 2015

Lengua y literatura: Teoría y práctica

“En tratándose de la propia lengua me parece claro y evidente que la gramática ordinaria, la meramente expositiva, la gramática no histórica –y de ésta dudo lleguen a dos docenas las personas que saben algo en España- no sirve para maldita la cosa. Yo la proscribiría de las escuelas de primera enseñanza, sustituyéndola con ejercicios de redacción y otros de lectura y comentario de clásicos. Y así no se daría el caso de maestros que después de saberse al dedillo el Epítome, el abominable Epítome o la no menos abominable Gramática extensa de la Real Academia de la Lengua, y no sé cuántos enredos de análisis lógico, son incapaces de redactar una solicitud con sentido y sobriedad” (Miguel de Unamuno. “Sobre la enseñanza del clasicismo”. En De mi vida, Madrid: Espasa-Calpe, 1979, p. 33).

Por J. Teresa Padilla

Hace poco leí un artículo de Carme Riera (escritora y académica de lengua) denunciando un presunto recorte en las horas lectivas dedicadas en el bachillerato humanístico a la asignatura de literatura, recorte que se sumaría a la progresiva reducción del peso que la misma ha tenido dentro de la asignatura de lengua y literatura en los últimos años. Hace tiempo que desistí de conseguir mantenerme informada sobre los planes de estudio en los diferentes grados educativos, pues, para cuando ya estaba a punto de enterarme, entraba en vigor alguna nueva reforma educativa que prometía, esta vez sí, que nuestros niños y jóvenes no hicieran el ridículo en los famosos informes PISA. No puedo juzgar, por tanto, si es cierto o no lo que Carme Riera denuncia, aunque no veo razones para dudar de ella, más cuando observo lo que mis hijos (todavía en primaria o recién empezada la ESO) estudian y leen por prescripción académica.

Así, contemplo a mi hija de diez años devanándose los sesos con el análisis gramatical de las frases: que si esto es un nombre, un adjetivo o un verbo; géneros, números y tiempos de los mismos; preposiciones; conjunciones; la pesadilla de los determinantes (si es que no les han vuelto a cambiar el nombre), que si demostrativos, posesivos… Leer, tienen que leer también: dos libros al mes que deben resumir, pero de una biblioteca “de aula” que han creado ellos mismos aportando cada cual el suyo e intercambiándoselos. Resumiendo, que la biblioteca está constituida por El diario de Greg (volumen 1, 2, 3…), Bat Pat (aquí, allí ,allá), Gerónimo (o Tea) Stilton o, ya en el colmo de la suerte, por Fray Périco y su borrico o El Capitán Calzoncillos. Su hermano, con dos años más, es célebre por su rapidez y ansias lectoras. Él ya ha pasado a Rick Riordan, en sus propias palabras “el mejor escritor de la historia” (el niño es del Madrid, y tiende a este tipo de sentencias triunfalistas). Esto dos niños que tienen una madre de la que poco pueden enorgullecerse salvo de que lee, y lee muchas cosas que no son precisamente los "grandes éxitos" del momento, y en un hogar en el que si algo no falta (aunque nunca puedan sobrar) son libros.
Por ahora he fracasado estrepitosamente en mis tentativas de que lean otro tipo de cosas, y eso que algún profesor (a título completamente personal) se inventó la recompensa, por buen comportamiento, de leerles en clase (más experimentado que yo ni se le ocurrió pedirles que lo hicieran ellos mismos) una adaptación de la Odisea. Que sepáis que estaban encantados y emocionados, lo que demuestra que la buena literatura no es, ni mucho menos, más aburrida que la literatura de masas. Más bien al contrario. Lo que ocurre es que hay, primero, que saber de su existencia y, segundo, admitir la posibilidad de que haya formas de contar las cosas (y cosas que contar) diferentes a las de la literatura de consumo.

Ni Oliver Twist, ni los cuentos de Oscar Wilde, ni Rudyard Kipling, Ana Mª Matute, Jack London (bueno, él sí, que habla de perros) o Michael Ende. Desempolvé mis libros de lectura de la EGB (los famosos “Sendas”, con sus fragmentos escogidos de obras clásicas), y ni siquiera he conseguido que los utilizaran para hacer los odiados dictados caseros (había “palabras y frases muy raras”).

En la lectura pasa como en la comida. Si abusas de lo fácil, se hace más difícil conocer y disfrutar de lo que en principio (sólo en principio) puede resultar menos fácil: si únicamente comes macarrones (o pizza, o hamburguesa), a duras penas (y a veces convirtiéndolo en una obligación penosa) te vas a tomar un buen pisto. Si, por el contrario, descubres la variedad y sabrosura de este tipo de platos “de toda la vida”, los macarrones van a terminar aburriéndote y muy probablemente buscarás sabores nuevos con tanta o más riqueza que la de la cocina de la abuela.Y, además, no es sólo una cuestión de gusto, sino de salud (física y mental).

El objetivo de la enseñanza de la lengua propia debería ser (no sé exactamente cuál se pretende que sea) la adquisición de la destreza de poderse expresar adecuadamente en ella. Y a expresarse correctamente se aprende escuchando y leyendo a los que ya lo hacen (no vale cualquiera) y practicando (hablando y escribiendo uno mismo). La gramática es, desde luego, un complemento teórico que, como cualquier otro saber, no ocupa lugar ni sobra, pero que no lo va a conseguir nunca (sin ir más lejos yo conozco relativamente bien la gramática alemana y a duras penas, y diccionario en mano, podría escribir una carta a Angela Merkel).

Adquirir hábitos lectores está muy bien, y puede que las sagas épico-mitológicas, cómico-gamberras o detectivescas de Rick Riordan, de Greg (o Nikki) y los siempre despiertos roedores ayuden. Pero dudo mucho que sean capaces de ayudarte a conocer y usar mejor tu propia lengua ni tampoco a despertar la curiosidad literaria, esa pasión que te lleva a buscar sabores y texturas nuevas y, puede, incluso a explorar las tuyas propias. No son la literatura que la escuela debería fomentar, ya lo hace el propio mercado, las editoriales especializadas en la producción en masa. La escuela debería mostrar a los niños que el mundo de los libros es mucho más que esto. Que hay otras cosas mucho más ricas, nutritivas y hasta divertidas. De lo contrario se corre el peligro de que, recuerden o no cuando crezcan lo que es un determinante o un adverbio, no puedan decir a otro lo que sientan (o puedan siquiera saberlo, que se piensa y siente en gran medida con palabras) o no sean capaces de leer más que lo que todos leen y luego van a ver convertido en película o serie de televisión.

Menos mal que, a pesar de la ineptitud de los diseñadores de los planes de estudios, de los intereses de las fábricas de libros y multinacionales de lo audiovisual y del poder adictivo de la "literatura" que ellos fomentan, sigue habiendo quien cree en la buena cocina (la de toda la vida y la de nueva creación), la elabora y la hace pública. Ahí está, esperando que la pruebes. Dependiendo de lo aventurero o cómodo que seas, apreciar este nuevo gusto te costará más o menos, pero difícilmente te volverán a saber igual de bien las hamburguesas, eso te lo puedo garantizar. A cambio, te abrirán todo un mundo de infinitas posibilidades, mucho más ricas y saludables. Y, además, conseguirán que te enamores de tu lengua; ésa que la gramática puede que te haya llevado a odiar, ésa en la que sueñas, piensas y sientes; ésa sin la que, no lo dudes, no vas a poder ni soñar, ni pensar ni sentir, así que más nos vale a todos aprenderla bien y no dejarla nunca de aprender. ¡Abajo la cómida rápida! ¡Vivan (por ejemplo) las verduras!

2 comentarios:

  1. La gramática constriñe, te quiere marcar el camino de lo correcto, te razocinia la escritura. Es la literatura quien te hace volar en sintaxis paradigmática donde yuxtaponer el enigma del ser. Y bien cabe ser marcando al albur o marcando a la diana, ya que de buena ley sería una mezcla de patatas fritas con verduras, es decir, bueno es leer, que se lea a Rick Riordan y Charles Dickens. Mal vine yo al mundo de la literatura, así hasta octavo de EGB no leí mi primer libro, y fue de la mano de Miguel Delibes ("La sombra del ciprés es alargada"). Hoy, labrado en renglones, a mis años obtengo entusiasmo tanto leyendo "Los tres mosqueteros" como leyendo "La tía Tula", o "Beau Geste" y "Madame Bovary"... En definitiva: démonos a la lectura con entusiasmo. ¡Viva la verdura, viva la fruta!

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    1. Sí, por una vez te voy a dar la razón, nuestro nada anónimo Anónimo. No hay que ser un talibán en nada, y bien está darse a los vicios culinarios y literarios de vez en cuando. Así también se aprecia más fácilmente, por comparación, el sabor de lo mejor, de lo que nos enseña muchas cosas, hasta gramática.

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