miércoles, 6 de mayo de 2015

Chicas mágicas y hombres fatales




Por J. Teresa Padilla

Nuestro particular experto (el sr. Ruiz del Álamo) me tiene dicho por activa y por pasiva que no sé escribir críticas de cine. Y no por la razón más evidente, a saber: que soy una completa ignorante en cuestiones cinematográficas. No, según él soy una pésima reseñadora de películas porque las cuento. Las películas hay que presentarlas, criticarlas o alabarlas, pero nunca contarlas. No me veo capaz de semejante contención. Por eso no voy a hacer una crítica de esta película, aunque desde mi constatada incompetencia para, al menos, la cinematográfica no puedo dejar de recomendarla: es sorprendente, terrorífica a ratos, muy desasosegante. Perfecta para disfrutar de un estupendo mal rato (así de complejo es el género humano, que disfruta sufriendo). Y, además, si quieres, te da qué pensar.

No puedo contarla, aunque después de verla no puedo resistirme a hablar de ella, o a partir de ella. Otros (Gustavo Martín Garzo) también han sucumbido a esta tentación, por algo será. En resumen, que necesito contar algo. Y como esta película no puede ser, pues que sea otra. Otra, eso sí, construida a partir de lo que sí puedo decir de la de Carlos Vermut.

Tenemos tres, o cuatro, quizás hasta cinco personajes imprescindibles para el correcto desarrollo de la trama:
Luis, un profesor de literatura en paro con una hija preadolescente, Alicia, a la que está consumiendo sin remedio la leucemia. La niña ha escrito para sí misma una colorida lista de deseos entre los que se cuenta llegar a su cumpleaños. Huyendo del dolor que la certeza del incumplimiento inevitable de este deseo le causa, su padre se obsesiona con lograr el del inmediatamente anterior: un vestido carísimo inspirado en su personaje favorito de un manga (Magical Girl). Esta huida, sin embargo, le impide reconocer (menos aún cumplir) el auténtico deseo de Alicia y, a su vez, obliga a Alicia a fingir (mentir) que esto es lo que desea para cumplir su auténtico deseo (retener junto a sí a su padre).

Damián, otro profesor, esta vez de matemáticas, que ha pasado diez años en la cárcel por una razón que desconocemos, pero sospechamos guarda una turbia relación con Bárbara, una antigua alumna. Es un hombre maduro, apacible y educado por el que inevitablemente se siente empatía y que sólo parece desear, tras su experiencia carcelaria, llevar una vida tranquila, alejada de sus demonios personales y dedicada a la reconstrucción de rompecabezas, es decir, a desafíos más o menos complejos, pero con una resolución a priori segura. Otro personaje que huye de sí mismo y de lo que siente.

Y Bárbara, claro, la indiscutible protagonista femenina. Una hermética mujer, joven, hermosa e infeliz, casada con un acomodado psiquiatra. Éste último es un personaje sólo aparentemente secundario que parece permanecer ajeno a la trama pero resulta imprescindible para entender el papel de Bárbara en ella. Es a la vez el encargado de convencernos de que Bárbara sufre algún tipo de trastorno mental y el que nos hace dudar de que lo tenga realmente. Representa el poder, el control, el orden. Un poder, un control y un orden que destruyen a Bárbara a la vez que la convencen (a ella y a nosotros) de que son su única posibilidad de supervivencia.

Ya hemos mencionado que los problemas pasados de Damián tenían que ver con Bárbara, y también podemos decir, sin desvelar el argumento, que las consecuencias del encuentro de Bárbara y Luis (que a la postre llevará al de Damián y Luis y al reencuentro de Damián y Bárbara) tampoco serán felices para ninguno (o casi, que puede que Damián espere ver cumplido su más preciado sueño).

Por lo menos en este sentido podemos considerar que el personaje de Bárbara se ajusta a lo que en el cine negro de toda la vida ha sido siempre una "mujer fatal", o sea, la versión cinematográfica de Pandora y de su versión hebrea, Eva: aquella que, por sus ambiciones, intrigas y manipulaciones, aunque muchas veces también por su simple existencia, termina llevando a la ruina a los hombres (varones) que la rodean (aunque, para alivio de la población masculina y advertencia a la femenina, ella también caiga).

Las mujeres fatales no suelen salirse con la suya (de ahí mi solidaridad con ellas), porque siempre hay algún hombre entre los que la rodean más listo. Acabo de decir más listo, y no más fatal que ellas, y al decirlo he caído en la trampa que pretendía denunciar: los hombres son listos (sagaces, astutos e inteligentes), lo de las mujeres es pura fatalidad. Y, sin embargo, estos sujetos que arruinan los "diábolicos planes" de las mujeres fatales no lo suelen hacer, en realidad, desde un plano moral o intelectual más elevado que ellas. Simplemente aprovechan la ocasión que les brinda algún agujero o fallo de la perversa maquinación femenina. Las mujeres fatales no lo son sólo porque lleven la perdición a los hombres que caen en sus redes, sino también a sí mismas. Fatalidad y nada más que fatalidad: para los demás y para ellas.

 "Ten cuidado con lo que deseas", nos indica el cartel de la película. Y es que supuestamente son los deseos de las mujeres fatales los que ponen en marcha la maquinaria de destrucción. Eva quería la sabiduría y tuvo que pagar por ella el precio de quedar condenada al dolor físico y al sometimiento a un ser a todas luces inferior, el pánfilo de Adán, el cual no tenía mayor interés en la sabiduría, pero era demasiado perezoso para discutir con ella y optó por hacerla caso, que era lo más cómodo. Esta es la historia que se nos cuenta en el Génesis (III, 1-24), no me la invento ni exagero un ápice.

En las historias de mujeres fatales están pues, por un lado, los deseos de los hombres, que suelen reducirse al deseo de la propia mujer fatal (de su posesión, nunca de otra cosa que le pudiera resultar más atractivo a la susodicha, como, por ejemplo, su felicidad), y, por otro, los de ella, que son los que terminan complicándolo todo.

Aquí la película se sale del molde tradicional, porque la supuesta mujer fatal, Bárbara, no desea, en realidad, nada de nada. Desde luego, en este aspecto, Damián y ella se parecen, por lo que suponemos que tal aspiración a una vida libre de deseo tiene que ver con la historia pasada que comparten. Por no desear, Bárbara ni siquiera desea ser deseada (condición necesaria del poder que detenta toda mujer fatal que se precie). Vestida siempre con unas camisas de aire inequívocamente masculino, amplias y abotonadas hasta el cuello, sin rastro de maquillaje, Bárbara se oculta. A duras penas se mantiene con vida en una negación evidente de sí misma, de cualquier sentimiento o anhelo. Y parte esencial de esta negación es ese marido sutilmente sádico que amaga abandonos que no tiene intención de culminar con el único fin de reforzar su papel tutelar y recordarle su dependencia. Una pequeña debilidad, la de buscar algo de consuelo en otro ser humano (un deseo de lo más natural e inocente), la conduce, de nuevo, a las puertas de un infierno del que nunca terminó de escapar.

Este pequeño error, este deseo que se le escapa y el miedo a sus consecuencias, se une al "deseo" de Alicia, aquel al que su padre está dispuesto a prestar oídos y cumplir, para detonar la tragedia. También ella sería, por tanto, una mujer fatal, aunque en germen. En realidad, Bárbara y Alicia tienden a confundirse. Para los personajes masculinos de este drama son una y la misma: esa niña caprichosa y tonta que desea vestidos caros o una vida fácil y a la que sólo puede redimir su belleza (bien lo sabe Bárbara) o la compasión. Lo serían para el marido psiquiatra, para el que resulta evidente que todas las mujeres son uno y el mismo caso clínico. Son la misma para Luis, sordo al auténtico deseo de ambas (algo de calor y cercanía, un alivio a su soledad), el cual, en su lugar, se sirve de la adulta caprichosa y tonta que sólo desea salvaguardar su comodidad material para satisfacer el deseo que atribuye a su hija, convirtiéndola así en otra niña igual de caprichosa y tonta. Sólo Damián, que reconoce en Alicia a la niña sin miedo que un día fue Bárbara, comprende su verdadero parecido y obra en consecuencia. Al hacerlo, los que se confunden y terminan identificándose son las figuras tutelares: él mismo y el marido.

Damián, el hombre bueno y tierno al que una mentira de Bárbara convierte en criminal. Todo un clásico. Oír a Bárbara mentir y condenarla como responsable máxima de lo que esta mentira va a desencadenar es todo uno. Ella es la "zorra", la mujer fatal por antonomasia. Y, sin embargo...

Sin embargo, puede que la mentira no lo fuera realmente y, sobre todo, que no sea ella, sino la verdad que oculta la que condene a unos y otros. Bárbara no dice, es cierto, la verdad, pero tampoco miente cuando responsabiliza a Luis de la violencia a la que se ha visto obligada a exponerse. Y el bueno de Damián... Cuando vivía en la mentira estaba dispuesto a sacrificar su vida con tal de ofrecer justicia a Bárbara; cuando descubre la verdad, su disposición al sacrificio se convierte inmediatamente en el ejercicio de una venganza implacable y calculada. Una venganza que no desencadena el hecho de haber sido engañado: si éste hubiera sido el caso, el objeto de la misma hubiera sido exclusivamente la mentirosa, Bárbara. Es la verdad lo que le hace daño, lo que despierta su sed de venganza. El error fatal de Bárbara no fue, por tanto, mentir, sino, de nuevo, buscar ayuda en otro hombre.

¿Qué verdad es ésta? La resurrección en Bárbara, aunque fuera por un instante, de la niña sin miedo que le aterrorizó en el pasado: la que se atreve a desobedecer las normas, a enfrentarse a la figura de autoridad y reivindicarse en la infidelidad. La misma niña que, vestida con el ridículo vestido de Magical girl con el que pretende hacer feliz a su padre, se niega a dejar de mirarle desafiante. Damián sabe por experiencia que a la niña nunca la podrá dominar, pero quizás sí a la mujer adulta. Todo dependerá, claro, de que consiga mantener de nuevo drogada y anestesiada a la chica mágica, a la niña de fuego (¡qué maravillosa canción!) que habita en ella. Ésa cuyo poder mágico es no tener miedo. Una pieza imprescindible del rompecabezas con la que nunca va a poder contar.

¿"Ten cuidado con lo que deseas"? Ten cuidado con desear, más bien. Ten cuidado con la vida. O, mejor, no te cuides: pierde el miedo.

Ahora que acabo de contar "mi" película, dudo si realmente es o no otra. Vedla y me decís.

Magical Girl. Carlos Vermut. España, 2014. 127'

Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España (Zurbano, 3. Madrid)

13 de Mayo a la 19 horas. Entrada libre con invitación.

3 comentarios:

  1. Una vez que has entrado en el mundo de Carlos Vermut, con desasosegante sosiego, bueno es, confirmar este desasosiego (el mundo sosegantemente mágico de Carlos Vemut) ver su ópera prima, ya que "Diamond flash" es todo un antecedente. Está formulada con la misma escritura cinematográfica y tiene también ese golpe de terror que estigmatiza. Merece mucho la pena seguir la obra de Vermut, ya veremos qué nos depara su tercera película, expectante estoy.

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  2. Pues nada, Anónimo, sosiégate y ya veremos lo que acaece en la tercera película. Ahora que Teresa ha aprendido, espero que sea ella la encargada de escribir la crítica correspondiente. Con que no nos cuente el final...

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  3. Pues como la primera y la futura tercera tengan una calidad similar a ésta, no podré resistirme a contarla. Eso sí, me inventaré un final distinto alternativo para que nadie se enfade. A propósito, Anónimo, ¿eres el de siempre -en este blog, se entiende- o eres otro? ¿Acaecerá, algún día, que nos reveles tu auténtica identidad? En completo desacuerdo estoy contigo en que el mundo de Carlos Vermut (en Magical Girl al menos) sea "sosegantemente" mágico. Es del todo desasosegante. En fin, sí: intentaré ver Diamond Flash. Gracias por el apunte.

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