viernes, 17 de abril de 2015

Sobre amores y erotismos (III y final)

Por J. Teresa Padilla

Esta es la tercera y última parte (no descarto volver a tratar el tema, pero ya me buscaré títulos nuevos) de una serie que inicié pensando que la incursión en el campo del sexo y el erotismo iba a aumentar los lectores del blog. No ha sido así. Como todo (o casi todo) en esta vida, el hecho tiene un lado bueno y otro malo. El malo es, obviamente, que no he conseguido gracias a estos textos, más festivos que eróticos, ese anhelado éxito, esa afluencia masiva de nuevos visitantes. El bueno es que tampoco he perdido los que ya tenía y he descubierto que a ellos las otras cosas que escribo les parecen hasta más interesantes (no es decir mucho, pero sí suficiente, que una se conforma con poco). En resumen: que sigo con mis pocos lectores. Pocos pero valiosos, pues son relativamente fieles (la fidelidad estricta es un invento abominable que no espero de nadie) y bastante tolerantes. Además tengo a Marisa y a José, que estos sí que me suben las visitas, aunque no la moral ni la autoestima.

Probablemente tendría, por tanto, que considerar este experimento un fracaso. Quizás, aunque no esperéis que me lo tome muy a pecho, que al fracaso estoy más que acostumbrada. Lo que de verdad me fastidia un poquito (sólo un poco) es no llegar a saber la razón: ¿Será que no he escrito eróticamente sobre el erotismo y es erotismo y no cháchara sobre él lo que buscan los interesados en el tema? ¿Será cosa del SEO y mi desconocimiento del mismo? ¿Será cosa, más bien, de mi desconocimiento, no tanto de los misterios del SEO, como de los del propio erotismo? No lo sé, aunque me temo que por aquí deben de ir los tiros. O, ¿qué otra cosa he hecho en las dos partes anteriores que buscar una respuesta a la pregunta sobre lo que es el sexo, entendido como erotismo?
¡Se acabó! ¡Ya está bien de darle vueltas! No pienso torturaros ni torturarme más. ¡Que no se diga que tres entradas de blog no han servido para nada y soy incapaz de llegar nunca a ninguna parte o resultado! He encontrado una definición. Es lo suficientemente ambigua así, en sí misma y sin entrar en detalles, como para poder servir más o menos para todos: unos, los más sesudos, irán al original a buscar lo esencial, es decir, los detalles; otros, los de temperamento más poético, anárquico y/o perezoso, la pueden usar para lanzarse a divagar por su cuenta. También los habrá que no hagan ni una cosa ni otra. Mientras me sigan leyendo, me parece también estupendo.

Una definición ambigua, sugerente y encima de un pensador competente, no como yo. Y, además, francés (si fuera alemán, la definición seguramente sería mucho más fea, no os quepa duda; algo menos que si fuera anglosajón, pero sólo algo menos). No os podéis quejar. Ahí va:
“El erotismo es la aprobación de la vida hasta en la muerte”.
¿Cómo os habéis quedado? Está bien, ¿no?

Así, con esta fórmula (más que propiamente definición), comienza El erotismo, de George Bataille. La vida y la muerte se mezclan en la fórmula, no por afición a las paradojas (afición, por lo demás, absolutamente saludable y que en absoluto necesita justificarse), sino porque el concepto de erotismo, según el autor de la misma, es él mismo paradójico: designa una forma de actividad sexual (originalmente reproductiva) en la que se busca un fin diferente al de la reproducción, y este fin guarda un extraño parecido con la muerte misma. En el erotismo buscamos ser uno con el otro, aniquilar la discontinuidad o el abismo que nos separa del amante, lo que supone nuestra disolución, o sea, algo muy similar a la muerte.

No me pidáis más explicaciones que no las tengo (no he pasado de la introducción). No por pereza o falta de tiempo (bueno, puede que algo, bastante la verdad, sí), sino porque, antes de lanzarse a adquirir nuevos conocimientos sobre cualquier tema, conviene tener más o menos claro lo que uno en principio cree saber. Si no, se puede terminar convencido de algo que a saber si era o no lo que se barruntaba e intentaba aclarar. A mí por lo menos, que tengo poquísima personalidad, me pasa mucho.

Tengo que reconocer que la fórmula me gusta, aunque no creo que me valga para dar expresión a esa idea preconcebida que tengo, aunque no sepa bien dónde. ¿Por qué? Pues, sobre todo, porque el corolario evidente de la misma es que hay una violencia intrínseca al erotismo. Desde luego, esto explicaría muchas cosas. No dudo, incluso, de que sea verdad. Lo que ya no sé es si es toda la verdad.

Que el sexo puede ser una forma de agresión, un instrumento de la violencia y la dominación, no hay mujer en este mundo que no lo sepa. Que incluso este tipo de sexo no deje de tener un componente erótico para el agresor, tengo que admitirlo por más que me resulte poco comprensible. Que la simulación de esta violencia resulte excitante a muchos y dé para varios superventas y éxitos cinematográficos, es evidente. Pero estoy en una edad muy mala y bastante rebelde para entrar a estos trapos. O quizás sea cosa de la biografía erótica de cada cual (¡ostras!, ¡un nuevo género biográfico!, me tengo que acordar de proponerlo en La vida en su tinta). Sea por lo que sea, como se decía en mi barrio, al menos en mis tiempos mozos: paso de este rollo. Como mucho estoy dispuesta a admitir que en el erotismo hay un componente necesario de vulnerabilidad o exposición a una, siempre posible, violencia. Pero de ahí no paso: violencia y libertad me parecen incompatibles y, si algo tengo claro, es que el erotismo debe ser libre.

Obviamente, la vulnerabilidad no es exclusiva de la relación erótica, sino que es esencial a cualquier otra que implique intimidad y, por tanto, exposición al otro o cierto grado de abandono de uno mismo en manos de este otro. No es una característica específica de la relación erótica, pero sí puede que ocurra que en el erotismo esta exposición de uno mismo sea más integral. En la amistad lo que ponemos en manos del otro son nuestros sentimientos, ideas, sueños… La violencia a la que nos arriesgamos se llama traición y el dolor que nos provoca es psíquico. También hay relaciones en las que es el cuerpo y sólo él lo que confiamos a otro, como hacemos en nuestra relación con los médicos. Aquí la intimidad que ofrecemos (y, por tanto, perdemos) es puramente física (y unilateral, habría que añadir). La relación erótica, sin embargo, por muy física que sea, nunca es total y exclusivamente física: nuestro cuerpo no es nunca en ella sentido por nosotros como algo ajeno a nosotros mismos (como sí sucede fácilmente, por ejemplo, cuando nos sometemos a pruebas médicas o visitamos a un fisioterapeuta). O, mejor dicho, cuanto más puramente física es la relación erótica, menos ajeno nos resulta nuestro cuerpo, más nos identificamos con él. Porque, cuanto mayor es la exposición, entrega o carga “psíquica” de la relación erótica, más compleja y, sobre todo, diversa resulta la relación de uno mismo con su cuerpo en ella.

Un buen ejemplo literario de cómo un encuentro sexual puramente físico, que en absoluto contenía elementos afectivos (ni positivos ni negativos), no es nunca puramente físico, lo encontré en Fiasco:
“Cuando por fin pudo cogerla del brazo (…) el sentimiento contenido casi se había enfriado y muerto en ellos, como una extremidad que se ha dormido. (…) Después de entrar y cerrar la puerta, sin embargo, apenas tuvieron tiempo para despojarse de las ropas; no les dio ni para hacer la cama; se desplomaron sobre la multicolor y raída alfombra, se abalanzaron el uno sobre el otro jadeando y gimiendo, como si llevaran siglos, no, milenios esperando el momento, esperando y aguantando, como si, pisoteados y vapuleados, bajo golpes que sacudían sus cuerpos y sus almas, hubieran abrigado secretamente y hasta astutamente la quizás absurda esperanza de que alguna vez, una sola vez, sus tormentos quedarían relegados al olvido por el disfrute, de que todos los suplicios devendrían alguna vez en placer, que los haría gemir como la tortura, pues en toda su vida siempre, siempre, sólo habían aprendido a gemir” (p. 282).
Gracias al cuerpo del otro, nuestro cuerpo y nosotros mismos podemos encontrar consuelo y cierta redención en el sexo, de igual forma que una violación es una agresión muy diferente y más grave que un puñetazo.

Con el fin de averiguar cómo se hace literatura erótica (se me ocurrió que ésta quizás fuera una posible salida laboral, hasta este punto llega a veces mi desesperación), pedí prestado no hace mucho Delta de Venus, de Anaïs Nin. Apenas pude pasar de los dos primeros relatos. La libido siempre es un bien escaso digno de ser protegido y la mía peligraba muy seriamente con esta lectura. No me preocupaba tanto la certeza de que nunca podría convertirme en escritora erótica como la sospecha de ser una puritana rancia e incorregible. Un suspiro de alivio me produjo leer la introducción que a estos relatos, realizados por encargo de un anónimo coleccionista pornógrafo, hizo la propia autora. En ella da respuesta al “concéntrese en el sexo y déjese de poesía” que este cliente le exigía sin cesar.
“Querido coleccionista: le odiamos. El sexo pierde todo su poder y su magia cuando se hace explícito, mecánico, exagerado; cuando se convierte en una obsesión maquinal. Se vuelve aburrido. (…) El sexo no prospera en medio de la monotonía. Sin sentimiento, sin invenciones, sin el estado de ánimo apropiado, no hay sorpresas en la cama. El sexo debe mezclarse con lágrimas, risas, palabras, promesas, escenas, celos, envidia, todas las variedades del miedo (…). Existen multitud de sentidos menores, que discurren como afluentes de la corriente principal que es el sexo, y que la nutren. Sólo el pálpito al unísono del sexo y el corazón puede producir el éxtasis”.
Gracias, Anaïs. A ti no te van a discutir que sabes de lo que hablas: no, el sexo no tiene nada que ver con el deporte ni los hábitos de vida saludables. De hecho, puede ser muy peligroso para el corazón.

2 comentarios:

  1. ¿Y ya está?¿Ya se ha acabado la serie? Pues vaya... Qué pena. Pero seguro que tu cabeza ya está rebosando con nuevas ideas, lo sé de buena "tinta". Por cierto, ¿qué es eso de que no te subimos la autoestima? Pero si yo nunca publico nada que no haya pasado previamente por tus manos, que confío ciegamente en tu criterio correctoril..

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  2. Bueno, la verdad es que de los "amores" del título no he hablado nada, así que... Lo que pasa es que en la parte II se prometía otra más y ya me estaba agobiando, aparte de que me conozco y puedo terminar escribiendo los Episodios nacionales.
    Sí, sí, yo mucho corregir, pero luego son vuestras entradas las que arrasan en visitas. En realidad, estas curas de humildad me vienen bien, que, si no, soy muy de subirme a la parra y me pongo bastante insoportable.

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