lunes, 9 de marzo de 2015

Para Eulalia

Por J. Teresa Padilla

Todos los días hay miles de personas muriendo o luchando por sus vidas. Si te pones a pensar que esos miles no son un número, un colectivo, sino un individuo tras otro; si logras verlos de uno en uno, sientes horror. Cada día mueren muchísimas personas, con mayor o menor dolor, suyo y de las personas a las que importan. Casi añado, dejándome arrastrar por los tópicos, “con mayor o menor dignidad”, pero sinceramente no sé qué significa esto y hay temas en relación con los cuales las frases hechas no son sólo lugares comunes trillados y aburridos. Son ofensivas.

La muerte da miedo y sentir temor cuando la vemos cerca no nos quita ni un ápice de dignidad. Sólo acrecienta el dolor. Y únicamente aquellos que han perdido cualquier apego por la vida o la desprecian pueden presumir de mirarla de frente sin temor. Pero nadie debería aspirar a morir así, maldiciendo en el fondo lo que dejan o a quienes dejan.

Estos días una ancianita a la que quiero se enfrenta a los que quizás sean sus últimos días. Por lo que sé, con dolor y temor. Hace ya tiempo la oí comentar lo difícil que era morirse. No sé si quería decir que es difícil renunciar a la vida aun cuando ésta, con sus enfermedades e incapacitaciones, se haga cada vez más penosa de sobrellevar, o si lo que quería decir es que nuestro cuerpo se aferra a ella hasta el último instante convirtiéndose en una carga que a duras penas podemos ya arrostrar. O sea, que no sé si se refería a que siempre queremos seguir viviendo incluso cuando nuestros cuerpos apenas nos sostienen, o si eran más bien los cuerpos los que no se rendían aunque nosotros ya no quisiéramos vivir. Puede que ambas cosas. Puede que no podamos distinguir entre nuestros cuerpos y nosotros mismos, que seamos nuestros cuerpos. No lo sé, porque la verdad es que en el dolor físico y en la proximidad de la muerte me da la sensación de que se distancian, se separan, se enfrentan como enemigos.

El caso es que hace tiempo la oí lamentarse de lo difícil que resulta morir y, como no sé en qué sentido lo dijo, tampoco sé si desearle ahora que logre vencer por esta vez a la muerte (una victoria provisional que sólo retrasará algo más la definitiva, que nos espera a todos y cuyo ganador conocemos de antemano) o que la misma ponga de una vez fin a su dolor y comprensible temor.

Y así, sin ganas de escribir y sufriendo por ella, encontré un poema. Un poema que comparto con todos vosotros hoy. Porque esto sí que se lo puedo desear sin dudas, a ella y a todos nosotros. Porque, cuando lo leí, descubrí que, en realidad, era esto lo que deseaba, lo que no se puede dejar de desear. Porque me dio luz, una luz que me gustaría llegara a ella, a Eulalia. Ese es el milagro que se espera de la oración, y este poema es una oración, la que hoy quiero rezar por ella.
¡Oh Muerte, casta Muerte, madre de la vida,
Unamuno por R. Casas

ten piedad de nosotros!
¡Ven con paso pausado y silenciosa
escoltada del sueño
y en tus brazos aduérmenos!;
ten piedad de nosotros, santa Muerte,
¡oh madre de la vida!,
¡a los que han de venir múlleles lecho!
¡Abre los ojos, Muerte!
¡Mira a quien dejas!,
¡mira a quien llevas!
Caen como espigas bajo tu hoz los hombres,
unos en verde
y otros ya desgranados;
siega en sazón, ¡oh, Madre!,
siega en sazón de muerte.

¡Oh Muerte, Muerte, tú, la cernedora,
la del trágico bieldo,
mira lo que haces!
Con tus ojos vacíos, ¿dónde miras?
¿Qué ves con esas sombras?
Tus ojos de tinieblas, santa Muerte,
ven lo que al hombre ciega.
¡Ver la verdad sólo a ti es dado, Muerte!
¡Ver al sol de los soles,
a la infinita lumbre!
¡Hágase, pues, tu voluntad, oh Muerte!

Pero ven silenciosa y no nos mires,
que tu mirada aterra,
mirada de vacío,
¡mirada de tinieblas...!
Cuando nos lleves, Muerte,
vuelve atrás la cabeza,
¡no nos mires, por Dios, oh, no nos mires,
por Dios, por nuestro Dios, Dios tuyo, Muerte!
Apriétanos a oscuras a tu seno
mas sin mirarnos;
¡tu seno es dulce, tu mirada horrible!

¡Engáñanos, oh Muerte!
Aparta de nosotros esos ojos,
tus ojos de tinieblas,
esos que han visto la verdad desnuda
-sólo el vacío puede verla pura-,
¡engáñanos, oh Muerte!,
¡engáñanos, piadosa!
Ten piedad de nosotros,
¡oh Muerte, santa Muerte, madre de la vida!
Miguel de Unamuno. "Poesías sueltas, LIX (1910)". (En: Poesía completa, 4. Alianza: Madrid, 1989, pp. 109s.)


5 comentarios:

  1. Gracias por el poema.
    Ayer estaba leyendo una cosa curiosa (en un libro de divulgación de Punset). Que hasta hace relativamente poco, los seres humanos no seríamos muy conscientes de la muerte como algo necesario. Decía que hace unos pocos miles de años, con una esperanza de vida muy corta, morirían muchos bebés y gente de cualquier edad por accidentes, enfermedades, etc. y algunos animales, pero "quienes podrían haber llegado a concluir que todos los viejos se mueren, ya estarían muertos".
    La muerte como parte necesaria de nuestra vida, resulta que no acompaña a la especie desde hace tanto.
    Se supone que es una gran suerte llegar a viejo, aunque sea con la certeza de que las horas están numeradas.

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    1. Las gracias por el poema habría que dárselas a don Miguel. Lo que me cuentas es curioso. Aunque hoy nos parezca inconcebible, tiene su lógica que en épocas en que la muerte ha sobrevenido cotidiana y regularmente como un suceso accidental, provocado por una causa precisa, no se tenga una idea clara de la necesidad de la misma ni de la finitud intrínseca de la vida. Bueno, idea clara y distinta me parece a mí que no la tenemos ni ahora. Pero, sí, es una suerte llegar a viejo. Es una suerte vivir (eso debemos repetirnos un poco todos los días), aunque sea para morir. Habrá que pedir a la muerte, como Unamuno, que por lo menos nos "siegue en sazón".
      Pdt./ Veo, veo que tú también te has metido a bloguero... Os seguiré. Besos

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  2. Siempre he pensado que es el cuerpo el que no se rinde, y sigue batallando hasta que no puede más. Por eso creo que Eulalia se refería más bien a lo difícil que es vencer al cuerpo en esas circunstancias. Y cuando definitivamente se da por vencido, hay ocasiones en las se despide mostrándonos una cara de felicidad y de paz que, a los que nos quedamos aquí, desde luego, nos consuela sobremanera. Algo se tiene que ver ahí, lo tengo claro, no sé si la famosa luz o qué, pero algo, seguro.

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    1. A lo mejor es la verdad, esa verdad desnuda, lo que por fin vemos, o el lugar de donde vinimos, ese lugar maravilloso, como decía Tolstói, del que provienen los niños. Menos mal que tenemos a los poetas para ayudarnos a imaginárnoslo, que no sé qué haríamos si sólo tuvieramos la ciencia.

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  3. La tía Eulalia ha muerto hoy. Le gustaban las flores y las plantas en general, para las que tenía muy buena mano. Era menudita, independiente y laboriosa. Dio a los demás más de lo que recibió. Los niños y los perros la querían. Aunque también podía tener mucho carácter, nunca la oí hablar mal de nadie y siempre tenía un beso que dar. Ella me acogió y yo le debo un huequecito en mi corazón. Ahí te dejo guardada, Eulalia.

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