viernes, 20 de marzo de 2015

Las historias de Marta y Fernando

Las historias de Marta y Fernando. Gustavo Martín Garzo.

Destino: Barcelona, 1999. 288 pp. 15,25 euros.


Por J. Teresa Padilla

Por fin me decidí a visitar la otra sucursal que os comenté en Librerías de ocasión que existía de la librería Ábaco, la de Raimundo Fernández de Villaverde. Algo más caótica y menos acogedora me pareció que la de Alvárez de Castro, aunque puede que influyera el propio entorno urbano, mucho más hostil y ruidoso. En cualquier caso, como tanto de una como de otra resulta francamente imposible salir con las manos vacías, pues salí con un libro: Las historias de Marta y Fernando.

Según el ex libris, en algún momento de la primavera de 1999 el ejemplar perteneció a una tal Marta, de la que ignoro si tenía también algún Fernando en su vida. Estoy empezando a cogerle el gusto a adquirir libros que ya han tenido anteriores propietarios. Lo que empezó como un imperativo puramente económico está convirtiéndose en ocasión para construcciones imaginativas. Porque, al ver ese ex libris, empecé a imaginar otra historia: la de Marta (la lectora) y los posibles motivos, primero, de su compra del libro (o, mejor aún, de su recepción como un regalo, lo que, además, me daba pie a introducir otro personaje que prometía ser esencial) y, luego, de su venta. Y al adquirirlo yo misma, empecé a sentirme como alguien que recoge lo que, a saber por qué, pero vale la pena averiguarlo, ha sido rechazado y abandonado. En suma, que los libros de segunda mano ofrecen dos historias por mucho menos del precio de una: la historia escrita y editada y la del propio libro, que puedes reconstruir a partir de las pistas que te vayan dejando anteriores propietarios.

Por si necesitaba algún aliciente más para animarme a reconstruir este segundo relato oculto en el que el protagonista es el ejemplar de la novela que adquirí, Las historias de Marta y Fernando pretende mostrarnos una relación amorosa, o sea, que es una novela de amor o, para evitar entender por esto una novela romántica, sobre el amor. Algo peculiar, es cierto, pues no sigue un hilo cronológico estricto, sino que nos enteramos de cómo se inicia y se desarrolla a través de la narración de escenas sueltas y temporalmente desordenadas de la vida en común de esta pareja en la que se intercalan, además, dos capítulos en los que, primero Fernando, y luego Marta hablan de ella en primera persona.

Foto: Rastrojo (vía Wikimedia Commons)
Con esta novela Gustavo Martín Garzo ganó en 1999 el premio Nadal. Entonces declaró que lo que había intentado en ella era hacer un experimento: comprobar si era posible hacer literatura de una historia de amor feliz o, en general, de la felicidad. Obviamente este experimento presupone un concepto de literatura que no incluye en su seno la de género, en este caso la denominada novela romántica, en la que, por lo que sé, suelen abundar este tipo de finales felices. Me parece que, de momento, no estoy preparada para esta reflexión ni para intentar aclarar este concepto de literatura. Sólo puedo evaluar, a la vista de mi lectura de la obra, el resultado del experimento.

Célebre es la frase con la que Tolstói da inicio a su Ana Kareninna: “Todas las familias felices se parecen unas a otras”, demasiado para constituir un tema interesante, pero “cada familia desdichada lo es a su manera”. Mi no menos admirado Kertész afirmó también en su Kaddish que “la felicidad es tal vez algo demasiado simple para escribir sobre ella”. Supongo que el experimento de Martín Garzo buscaba comprobar si este lugar común era realmente cierto: si la felicidad es, como piensa Kertész, muda o puede hablar (y enseñarnos algo, habría quizá que añadir). Tengo la impresión, no obstante, de que se trata de un experimento fallido.

La historia o las historias de esta pareja se desarrollan en Valladolid durante la Transición. Marta pertenece a la burguesía típica de la capital de provincia y Fernando es un “intelectual” procedente del medio rural. Él es músico y militante comunista y ella profesora ocasional de lengua y literatura. Viven modestamente, aunque no hacen ascos a la ayuda del padre burgués. Supongo que la elección del lugar, la época y la posición social e ideológica de los protagonistas se debe a que son los mejor conocidos por el autor. Sin embargo, desde mi perspectiva (la de una generación posterior), esta caracterización resulta no sólo antipática, sino innecesaria. Ni el comunismo de Fernando ni la diferente extracción social de la pareja añaden nada a la historia (o historias). Podrían, pero no es así, y, por tanto, resultan una distracción.

Marta y Fernando se conocen, se enamoran, este amor se prolonga en el tiempo y disfrutan de una vida sexual plenamente satisfactoria para ambas partes. Esta es la felicidad que se trata de averiguar si es o no novelable: la beatitud vivida en la contemplación del cuerpo del otro amado como origen y destino de todo “lo suave y lo bueno”.

Os decía que me da la impresión de que no, de que, aunque del hecho de que esta novela no lo consiga no se puede inferir que ninguna pueda, en Las historias de Marta y Fernando la felicidad sólo se vuelve narrable al destacar, como siempre, sobre un fondo más oscuro e infinitamente más interesante de insatisfacción, temor, alienación… Y ese fondo oscuro lo proporciona Marta, no Fernando. Sólo ella duda de su amor, de su felicidad, del cumplimiento de sus deseos. Sólo ella parece darse cuenta de la contradicción que se encierra en el amor entendido como deseo del otro y, por tanto, disolución de uno mismo. Una contradicción que hace imposible y probablemente indeseable la consumación del propio amor. “El sexo es lo que tenemos y el amor es lo que nos falta”, llega a pensar en un momento dado. Mientras, Fernando se limita a asistir como un espectador paciente y a menudo desconcertado a las manifestaciones externas de los conflictos íntimos de Marta.

Al final, el tema de esta novela no parece ser tanto la felicidad amorosa, como la diferente forma en que los hombres y las mujeres la entienden y viven. Abundan las generalizaciones a todo el sexo femenino de los conflictos afectivos que Marta sufre, y da la sensación de que, en el caso de los hombres, la única sombra capaz de nublar su felicidad o satisfacción en este ámbito de la vida es la que procede del errático e incomprensible comportamiento de las mujeres que aman. A saber si la generalización es válida o no.

El fracaso del experimento no implica necesariamente el fracaso de la novela, pero sí puede afectar al resultado final. Me sobran cosas (las ligadas, sobre todo, al momento histórico en que se desarrolla) y me faltan otras. Mejor dicho, otra: me falta conocer más y mejor a Marta, entender el origen de su tristeza última en esta historia de amor a la que no le falta objetivamente nada para ser feliz y envidiable. Y viene a mi memoria otra novela de Martín Garzo que leí hace mucho tiempo y de la que apenas recuerdo ahora nada salvo una sensación general de belleza y profundidad que Las historias de Marta y Fernando no provocan: La vida nueva. Con todo y con eso, y aunque esta novela no sea el mejor ejemplo de la fluidez y belleza de la prosa de este autor, siempre es un placer leer su castellano, ése que parecen tener patentado en Valladolid. No ha sido una mala compra, para nada. Al final, me ha ofrecido tres historias por mucho menos del precio de una (aunque dos deba reconstruirlas yo): la de Marta y Fernando, la de Marta (así, ella sola) y la de mi ejemplar de Las historias de Marta y Fernando, abandonado por otra Marta en una librería de segunda mano…

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