miércoles, 31 de diciembre de 2014

Lo viejo y lo nuevo

Por J. Teresa Padilla

Andaba yo pensando en un tema sobre el que escribiros esta semana. Algo que yo pudiera redactar y vosotros leer antes o después de la celebración de la Nochevieja (o el Año Nuevo, según se mire). Algo pequeño, ligero y que ayudara a empezar el nuevo año con buen sabor de boca.

Tolstói con su nieta Tániechka, 1908
Andaba yo en estas cosas y recordé una foto que encontré en un libro (unos diarios). No he sido capaz de identificar a su autor, al que me hubiera gustado nombrar en señal de reconocimiento. Porque es una foto llena de vida, de alma. Una foto que supo retratar a la persona que vivió bajo el nombre de un enorme escritor y que, además, me daba a pie a reflexionar sobre los finales y los inicios, que viene a ser lo que celebramos estos días.

Normalmente los escritores son fotografiados en su lugar de trabajo, entre un montón de borradores, con su enorme biblioteca detrás. Aquí, sin embargo, aparece retratado el hombre; el hombre que, entre otras muchas cosas que podría haber hecho, escogió (supongamos que se trató de una elección) escribir.

Pero no pretendo hoy reflexionar sobre esto último (aunque no cabe duda de que valdría la pena), porque en la foto no está solo. Aquí están un abuelo y su nieta. Tániechka o Tatiana se llama la niña y Lev el abuelo, aunque sus nombres son lo de menos, porque bien podrían ser cualquier nieta y cualquier abuelo. Una empieza a vivir y otro tiene muy cerca la muerte. Pero, paradójicamente, al contemplarlos no puede pasarse por alto lo próximos que parecen estar uno del otro, su cercanía, su complicidad.

Que hay un misterioso lazo que anuda el principio y el fin de la vida de los hombres, la niñez y la vejez, haciendo de ella casi un círculo, eso lo intuimos todos. Forma parte de la “sabiduría popular”, de lo que se "sabe" aunque no se pueda dar razón de cómo y por qué sucede. Pero también es verdad que, cuando intentamos concretar un poco más de qué se trata, pensamos en la decadencia intelectual que a menudo acompaña a la vejez. Entonces decimos de nuestros mayores que son como niños, y la mayoría de las veces como niños egoístas y caprichosos. Algo de verdad hay en ello, pero no es éste el vínculo íntimo que hay entre los niños y los mayores.

Seguro que a vuestro alrededor abundan los ejemplos, pero yo os propongo éste, el de la foto. Tatiana y Lev se miran y se reconocen. Esto es evidente y debemos agradacer al autor de la fotografía que fuera capaz de mostrárnoslo. Y sabemos que Lev tuvo la suerte de conservar hasta el final de su vida una lucidez que bien quisiera yo tener a la altura en la que me encuentro de la mía. No se trata, pues, de que la decadencia de unos, los ancianos, se encuentre con la falta de crecimiento, de madurez, de los otros, los niños. Puede, incluso, que se trate justo de lo contrario, de que unos y otros están más próximos, aunque de maneras muy distintas, a lo que de verdad es nuestra vida, a lo que somos.

“Quienes más viven una vida verdadera son los niños y los ancianos”. Esto nos dice el abuelo en su diario. Y es verdadera, nos explica, porque, o bien no está sometida aún, o bien está cada vez más liberada de la “ilusión del tiempo”. Una ilusión que nos hace creer a la mayoría de los adultos maduros que nuestra vida se reduce, en realidad, a la sucesión de momentos, de lo que hemos hecho o nos ha sucedido, de lo que haremos o nos sucederá. Es como cuando, por ejemplo, nos vemos obligados a presentarnos ante un grupo de personas y decirles (nada más y nada menos) quiénes somos: cuentas lo que has estudiado, en qué has trabajado y lo que te gustaría o tienes intención de hacer en el futuro. Pero, a poco que lo pienses, nada de esto eres tú ni ésta es tu vida. “Yo, yo, sólo yo existo, y él, Tolstói, es un fantasma, un fantasma asqueroso y ridículo”, esto nos dice de nuevo el abuelo en otro momento del diario. Tu obra, tu nombre, pasados o futuros, fallidos o gloriosos, no son tú.

Tú, yo, el anciano y la niña vivimos, en todo caso, en el presente, en un ahora que no pasa; en uno que hubo un tiempo que no existió y que llegará un día que dejará de ser, que morirá con nosotros, pero que, desde luego, no va entonces a formar parte de la historia, ni de la nuestra ni de ninguna otra, como tampoco lo hacía antes de nuestro nacimiento. Nos sentimos frágiles, solos y suspendidos como funambulistas entre la nada del antes y la del después, pero a la vez llenos de vida, presentes. Como el anciano y la niña de la fotografía. A saber quiénes somos, pero somos; y no nuestro currículo.

Los niños y los ancianos viven mejor que nosotros ese presente en el que se decide cada día todo y vive quien realmente somos. Unos porque aún no viven su tiempo como historia, los otros porque la cercanía de la muerte le ha quitado toda importancia.

“Morir significa volver al lugar de donde uno ha venido. ¿Qué hay allá? Seguramente algo bueno a juzgar por esos seres maravillosos, los niños, que vienen de allí”. No lo sé, aunque es una hermosa forma de verlo, digna, desde luego, de este abuelo. Lo que creo que sé es que lo nuevo y lo viejo se encuentran, como hoy, donde únicamente pueden: en ti, en mí, en nosotros, ahora. Siempre, aunque no por siempre. Tendríamos que celebrarlo (vivirlo) todos los días.

Al final me parece que no he escrito nada ni ligero ni breve. No soy de fiar. Espero al menos que haya sido agradable. Feliz año nuevo a todos.



2 comentarios:

  1. Me encanta la foto de Tolstói con su nieta. Suelen formar buen equipo pequeños y ancianos, aquellos son motivo de alegría y rejuvenecimiento para estos porque les recuerdan la faceta más despreocupada y libre de la vida; por otro lado, los niños se benefician del cariño y el tiempo que les dedican los abuelos.
    Mario Benedetti decía en una entrevista que la infancia es un privilegio de la vejez, pues cuanto mayor se hacía con más claridad la recordaba. Tolstói le diría que eso es porque se estaba acercando al lugar de donde venía.
    ¡Feliz Año!

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  2. Puede que al final de nuestra vida lleguemos a saber quiénes somos en realidad y descubramos que es el niño (o la niña) que siempre ha vivido en nosotros. Otra posible explicación de la gran verdad que dijo Benedetti y que no excluye, ni mucho menos, la de Tolstói.
    ¡Feliz Año a ti también!

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